Feminismo moderno.

He sido feminista. ¡Oh, si!, alguna vez, como mujer blanca, marché por el derecho al sufragio. Y como mujer de color, participé en protestas por los derechos de los afroamericanos en general y de las mujeres en particular. Ya he escrito de esto en alguna otra ocasión y espero no repetirme, o no demasiado.

Más allá de esas existencias en que directamente participé en algún tipo de lucha que pudiera definirse como feminista, en las otras vidas en las que fui hombre, y en las que fui mujer, siempre tuve la creencia de la igualdad espiritual de los seres humanos.

Sin embargo, debo reconocer que muchas veces, pese a tener esa convicción, no es que hiciera gran cosa para llevarla a la práctica, o dicho más claramente, aunque procurara vivir bajo un principio de equidad en mi vida privada, no tuve ni la fortaleza ni la iniciativa para impulsar ese principio en la generalidad.

Es por eso por lo que admiro en verdad a quienes dedican su vida a luchar por los derechos de quienes son vulnerables, en este caso, de las mujeres, puesto que no es algo fácil. y sí agotador y decepcionante, cuando se descubre que no se puede avanzar tan rápido como se desea.

Se ha logrado mucho en verdad. El derecho al voto y a postularse en cargos de elección popular, las oportunidades de acceder a la educación y de ocupar puestos de trabajo antes exclusivos de los varones son solo algunas de las reivindicaciones que las mujeres han conquistado a lo largo de los años.

Pero pese a tales logros, esos derechos no son universales. Aún existen lugares donde las mujeres carecen de cualquier tipo de derechos, al extremo de no poder salir solas a la calle, tener que usar determinada vestimenta y hasta ser vendidas al mejor postor.

Aún existe mucho por lo que luchar, sin embargo, el modo de hacerlo ha degenerado en movimientos desordenados, sin sentido y sin significado real que resultan incapaces de conectar con los intereses y los sentimientos de la sociedad general, que mira boquiabierta como los grupos que se dicen feministas parecen despreciar lo femenino y odiar lo masculino, mientras se esfuerzan por imitar esto último.

Puedo decir que aquellas mujeres feministas de las primeras épocas jamás nos veríamos reflejadas en las que hoy marchan destruyendo monumentos, fachadas de comercios y a cualquier ejemplar del sexo opuesto que se atreva a atravesarse en su camino.

Nosotras, es decir, aquellas primeras feministas, protestamos por derechos muy concretos, susceptibles de llevarse a la práctica y que llevarían a una mejora de la vida comunitaria. Adicionalmente, la forma de protestar jamás llegó al extremo de dañar a otros, y ciertamente, no odiábamos a los hombres, o no de forma generalizada. Hay que reconocer que ha habido hombres odiosos en todas las épocas.

Pero las que hoy marchan…bueno, no es que sus causas no sean justas, la violencia contra las mujeres es una realidad; y no quiero que se malinterprete el que, al ser hombre en esta vida, pueda tener un interés contrario a estas manifestaciones, pero el caso es que lo que piden, lo que gritan, lo que pretenden lograr, no tiene para mi ni pies ni cabeza. Ni para mi yo actual ni para el de ninguna otra existencia.

Eso de “vivas las queremos”, “nos están asesinando”, “no somos histéricas, somos históricas”, etc., etc. Resuenan más a marketing que a realizaciones concretas de una realidad mejor. Porque por más que se quiera desaparecer la violencia por arte de magia, eso no va a pasar de la noche a la mañana y ciertamente. no gritando y destruyendo propiedad pública.

Las mujeres asesinadas no van a resucitar a base de gritos, y las acciones de prevención para que no haya más está en las leyes, en la infraestructura de seguridad, en la educación, en la atención a la salud mental y en muchos factores más que debieran ser atendidos.

Ser feminista no es salir a gritar frases vacías y rimbombantes. Ser feminista es hacer lo que se deba para presionar a las autoridades a que cumplan con su trabajo y, desde el campo de acción de cada cual, impulsar el respeto hacia las mujeres.