El 26 de febrero, la oposición al gobierno del presidente López Obrador llenó el zócalo en una manifestación supuestamente orquestada para defender al Instituto Nacional Electoral, el cual sería injusta y criminalmente afectado por el llamado plan B de reformas impulsadas por el ejecutivo.
Bajo el lema de “El INE no se toca”, este grupo de ciudadanos aparentemente preocupados por mantener la autonomía del proceso electoral del país, evidenciaron el grave peligro que enfrenta el país de precipitarse en reversa echando abajo los cambios progresistas que el gobierno actual y la corriente que le apoya ha estado impulsando a favor del pueblo.
Estas personas, aparentemente pacíficas e inocentes, vestidas de rosa y blanco, los colores del INE, en realidad fueron al zócalo motivados por las peores intenciones. Por principio de cuentas, proteger a la mafia que se ha adueñado de la dirección del tal organismo, afín a los más altos y corruptos intereses económicos y políticos y que, constituidos en burocracia, se han enriquecido a su vez y han adquirido un poder que intenta superar incluso al que detentan los tres poderes de Estado.
En particular, pretende pasar por encima del poder legislativo, que representa al pueblo y aprobó esas reformas. Un poder que es representante del pueblo, mientras que el INE es un organismo que nadie eligió y que por lo tanto no representa nada.
Pero eso es solo la punta del iceberg. En el fondo está todo el odio, la discriminación, la ignorancia y el desprecio que muchos de los asistentes a esa manifestación sienten, no solo contra el gobierno de izquierda, sino contra el pueblo.
Entendiendo por pueblo a esas personas que trabajan todos los días por sacar adelante a su familia y su país y que obtienen un salario apenas suficiente para satisfacer sus necesidades. Lo más triste es que muchas de estas personas que se manifestaron pertenecen a este pueblo, y su negación es tal, que acuden en apoyo de las élites que los desprecian.
Con esta manifestación, tratando de hacer ver que poseen más fuerza de la que en realidad tienen, están tratando de preparar el camino para dar un golpe que regrese a la derecha corrupta el ejercicio del poder.
Una manifestación que llevó a lo peor de la sociedad corrupta del país, acompañada de gente a la que pagaron para que fuera, a los que obligaron con amenazas de perder sus empleos y también a los que engañaron.
Porque esa manifestación estuvo plagada de mentiras. Mentiras que a fuerza de repetirlas no se convierten en verdades, pero que la gente con desconocimiento de la realidad puede llegar a tomarlas como tales.
Y esas solo son algunas.
Las verdades, que de tan grandes se escapan y quedan en evidencia, aunque los impulsores de la manifestación quisieran ocultarlas, son también muchas.
Las marchas, las manifestaciones, los gritos y sombrerazos son el humo distractor del fuego que arde debajo.
Lo que realmente importa es que la gente detecte ese fuego, que sea capaz de ver cuál es el combustible que lo aviva y que no permita que le bloqueen el camino para la construcción de un país más equitativo.
Que siga en el camino de combatir la tremenda desigualdad y los privilegios que se han asentado como cosa natural durante demasiados años.
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