Claudia Sheinbaum acudió recientemente al G20 celebrado en Brasil, rompiendo al hacerlo con la tendencia de su antecesor, quien prefería no asistir a este tipo de eventos. Por otra parte, viajó en un vuelo comercial, alineándose a la bien conocida línea de austeridad marcada por la llamada 4T.
La asistencia de la presidenta con al G20 generó expectativas y hasta esperanzas de que habría un cambio de la proyección de México hacia el exterior, en un viraje de la desastrosa política exterior del anterior sexenio, sin embargo, su actuación en el mencionado foro solo vino a confirmar que el llamado segundo piso no es más que lo mismo que el primero.
La gran propuesta de la presidenta de México fue plantear que un uno por ciento del presupuesto que los países destinan a la guerra se redireccione al programa sembrando vida, en el que campesinos originarios de las naciones latinoamericanas reciben un ingreso por realizar actividades de reforestación.
Por supuesto que todo mundo prefiere que se siembren árboles a que se promuevan guerras, pero el programa planteado por la presidenta Sheinbaum es uno que carece de originalidad, porque, confirmando lo que ya todo el mundo en México sabe, es una más de las herencias de su predecesor.
Un programa cuyos resultados son más que dudosos y del que no se tiene transparencia ni de la asignación de los recursos, ni de los sitios de su aplicación. Claro que esta opacidad es la generalidad de los proyectos de la cuarta transformación y por lo tanto no sorprende a nadie.
Sheinbaum tuvo también reuniones bilaterales con el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden y con el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. En el primer caso, dado que el señor Biden ya está por terminar su mandato, lo que haya podido gestionar con él, como diría Arturo de Córdova, no tiene la menor importancia.
En el segundo caso, la reunión no sirvió para ganar la buena voluntad de Canadá, que está más que dispuesta a sacar a México del TLCAN o TMEC manteniendo sus negocios con los Estados Unidos fuera de los incómodos problemas de inseguridad y migración del incómodo vecino del sur.
En conclusión, la participación de Sheinbaum en el G20 pasó sin pena ni gloria, con una propuesta ingenua, repetitiva e ineficiente y sin conseguir acuerdos realmente beneficiosos para los negocios y el bienestar de la sociedad mexicana, que es para lo que se supone que debe servir la inversión de enviar a un mandatario a un evento de esta magnitud.
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