El pasado 28 de abril de este año, los senadores del partido en el poder, Morena, y sus aliados, aprobaron una serie de reformas a diferentes leyes haciendo gala de una rapidez y agilidad den precedente y sesionando en una sede alterna, ya que los partidos de la oposición habían tomado la tribuna en el edificio del Senado.
Tal procedimiento de sesionar en otra sede está permitido por la Ley y dado que las más de 20 reformas aprobadas cumplen con los requisitos de mayoría necesarios, la resistencia de la oposición escalando el asunto ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no debería de representar más allá de un berrinche, que ya se les va haciendo costumbre.
Pero como vivimos en el país de los despropósitos y de las incongruencias, solo falta ver que la Suprema Corte haga alguna de las suyas y eche por tierra las susodichas reformas. Vivir para ver.
Las reformas realizadas, más de veinte, fueron, entre otras:
Dichas reformas en general son intrínsecamente dirigidas a mejorar las condiciones del país y a consolidar el proyecto de nación del movimiento político gobernante. Por sí mismas, no son en absoluto criticables ni tienen nada negativo. La forma en que fueron aprobadas, por otra parte, no es lo que muchos ciudadanos quisiéramos ver cuando se trata de hacer cambios fundamentales para construir la nación que queremos.
¿Es bueno que, contrario a la costumbre de demorar todo, el senado haya actuado con tal celeridad? La primera respuesta que se viene a la mente es que sí, sin duda queremos senadores que se movilicen y tomen decisiones en vez de tardarse una eternidad en discusiones inútiles.
Por otra parte, el aprobar reformas sin meditar en ellas más de diez minutos en cada una, hace poner en duda la seriedad y calidad de las decisiones. Aún más, cualquiera puede cuestionar el origen de tales decisiones.
Porque previo a semejante despliegue de eficiencia parlamentaria, los senadores del partido en el poder fueron llamados a una reunión con el ejecutivo. Si solo fue una reunión de rutina o si les leyeron la cartilla y les dieron indicaciones de cómo deberían actuar y votar es algo sujeto a interpretaciones.
Desde mi particular punto de vista, resulta vergonzoso el que se den este tipo de eventos. El objetivo de contar con un Estado donde existen tres poderes es que estos sean independientes y representen un contrapeso para las decisiones de un poder central.
El equilibrio asegura que los cambios en realidad se razonen y se determinen libremente, con amplitud de criterios y considerando los diversos intereses de los distintos sectores de la población.
Si los senadores van a que les den línea y a tomarse la foto, olvidándose de mantener una independencia de criterio, lo único que vienen a demostrar es la inutilidad de su existencia como parte del poder legislativo. Las reformas pueden ser buenas, pero una actuación y aprobación irresponsable solo viene a restarles valor.
El México moderno exige seriedad en la actuación de los tres poderes que constituyen el Estado. Una transformación verdadera que no tiene nada que ver con partidos ni geografías políticas. Legisladores que sean más que peones del juego que les lanza la directiva de alguna organización política y que sean capaces de pensar como seres humanos libres.
Por desgracia, esto último no es lo que observamos en el senado mexicano. Y no solo por parte de los que actuaron más rápido que Superman para aprobar las reformas, sino por los otros que en su afán de oponerse a todo no son capaces de abrir una discusión inteligente para poner en tela de juicio los pros y los contras de los cambios sometidos a su consideración.
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