El robo es considerado un delito por las leyes de prácticamente todas las naciones del mundo, con una gran variabilidad en cuanto a la severidad de la pena que corresponde. Las religiones lo consideran un pecado, una afrenta al mandato divino, y es una coincidencia importante en sistemas de creencias que por lo común suelen estar enfrentados.
El no robar es el séptimo mandamiento para los cristianos y tanto el Corán como el Hadiz señalan que a aquel que roba debe amputársele la mano. En Irán y Arabia Saudita aún en tiempos recientes se ha ejecutado la pena de amputar la mano a ladrones.
No es raro que el robo sea religiosa, moral y legalmente condenado, pues ya que los primeros humanos solían practicar la rapiña como medio de vida, el apropiarse de los bienes ajenos está inmerso en nuestra naturaleza y solo con medios de coerción es que se logró que, en términos generales, el género humano se comprometiera en respetar el pacto social.
Por supuesto, la apropiación ilegal sigue siendo una práctica más o menos común, siendo más frecuente en algunas zonas debido a la composición social de los habitantes. En nuestro país, México, además de los asaltos y robos perpetrados por quienes hacen de esta actividad su modo de vida, la rapiña ocasional, llamémosle de oportunidad, también se realiza con cierta frecuencia.
Los camiones que vuelcan en las carreteras y son vaciados de las mercancías que llevan por habitantes de las comunidades cercanas son un fenómeno habitual que es objeto de críticas en los noticiarios de radio y televisión.
Cuando ocurre algún fenómeno natural que vulnera la seguridad de la propiedad privada, principalmente grandes almacenes, pero también tiendas de conveniencia y hasta casas habitación resultan víctimas de rapiña a gran escala.
Con el impacto del huracán Otis recientemente en el puerto de Acapulco, muchos se volcaron a desvalijar los centros y plazas comerciales buscando artículos de primera necesidad, pero también cualquier clase de mercancía que estuvo a su alcance. Las imágenes de gente llevándose aparatos electrónicos, electrodomésticos, ropa y cualquier cosa que no estuviera clavada al piso se transmitieron por todos los medios de información.
Y aquí llegamos al centro de la controversia planteada en este artículo. ¿Son las personas que cometen estos actos culpables de robo y deben ser castigadas?, en el sentido estricto de la ley, así es, esas personas simplemente tomaron lo que no es suyo, pero el asunto resulta más complejo que eso.
La gente que ve, literalmente, que su mundo se cae a pedazos, perdiendo bienes materiales y medios de subsistencia, se encuentra de pronto en un estado de necesidad para su supervivencia y la de su núcleo familiar. La desesperación lleva a que el instinto de supervivencia prevalezca y con él, el primitivo instinto de depredación que existe en los seres humanos.
Las personas en este estado dejan de lado el sentido moral y el pensamiento racional y definitivamente no pueden ser juzgados del mismo modo que en condiciones normales, pues en esas condiciones, estas personas se comportan de un modo muy distinto y respetuoso de la ley.
A lo ya mencionado hay que sumar la situación económica del sitio donde ocurre la catástrofe. En el estado de Guerrero y en el puerto de Acapulco, en particular, existe una gran desigualdad en el ingreso y situación económica de la población.
Mientras que existen lugares donde el turismo nacional e internacional de elevado nivel económico pasa temporadas cortas o largas, en condominios, hoteles y casas de veraneo, hay colonias que carecen de lo más básico para su subsistencia. Se quiera reconocer o no, la gente carente de todo, desde lo material, hasta el acceso a la educación, propicia que cuando ocurre un desastre natural, les resulte más fácil saltarse los límites de la ley.
Por supuesto, existe otra categoría de personas, aquellas que ya de por sí se dedican a la delincuencia y que aprovechan la confusión para expandir sus actividades. Son estas las que en definitiva merecerían que les caiga el peso de la ley. Lo difícil es identificarlos en medio de todo el desastre y en eso confían.
En conclusión, si una persona roba por estar desesperada en un estado de extrema necesidad, el acto realizado no deja de ser robo, pero existe un atenuante de responsabilidad por la gravedad de la situación en que se encuentra. Quienes consciente y deliberadamente buscan un lucro no merecen el beneficio de este atenuante y si se encuentran pruebas de su culpabilidad deberían pagar con la pena que la ley determine, que siempre será menos severa que perder una mano.
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