El 11 de agosto de 2023, cinco jóvenes, amigos desde la infancia, de entre 19 y 22 años, se ponen de acuerdo para acudir a la feria de Lagos de Moreno, Jalisco, ciudad en la cual viven todos ellos.
Dante, Diego, Jaime, Roberto y Uriel fueron vistos por última vez en un mirador cercano a la feria, después de eso, se pierde su rastro sin que al momento se sepa con certeza que ocurrió con ellos.
Por internet circuló una fotografía en la que se muestra a los jóvenes golpeados y amordazados. Los familiares expresan que se trata de ellos. También aparece un video donde se ve a uno de los jóvenes siendo obligado a ejercer violencia contra uno de sus amigos.
La fiscalía del estado de Jalisco anunció haber encontrado una finca que corresponde con el lugar que aparece en el video y que encontraron indicios, como manchas de sangre y calzado, que hacen presumir que en efecto los jóvenes estuvieron allí. Sin afirmar nada, sin embargo, hasta que se tengan resultados de pruebas periciales.
También localizan un auto de uno de los jóvenes con restos humanos calcinados, entre ellos cuatro cráneos e igualmente la declaración de la fiscalía es que se debe esperar al resultado de las pruebas.
De acuerdo con declaraciones recientes del gobernador de Jalisco, los restos encontrados no corresponden a los cinco jóvenes desaparecidos.
En casos como este, a menudo la opinión pública se pregunta si la desaparición tendrá algo que ver con la vida y actividades de las víctimas, si tendrían nexos con grupos criminales. Como en muchos incidentes recientes, no existe esa justificación, esa especia de excusa que las autoridades se empeñan en sembrar en la mente de la población para lavarse las manos ante su ineficiencia.
Los cinco jóvenes eran, de acuerdo con lo que se ha dado a conocer, personas con una vida normal. Roberto era estudiante de ingeniería, Dante trabajaba en un restaurante y practicaba ciclismo, Jaime era obrero de la construcción, Diego se dedicaba a la herrería en el taller de su padre y Uriel practicaba boxeo.
La explicación más extendida en torno a esta desaparición es que es una más derivada de la lucha entre los cárteles de Sinaloa y el Jalisco Nueva Generación, quienes se disputan el territorio y realizan reclutamiento forzado de jóvenes de la región para sus actividades.
Sean quienes sean los responsables de esto, queda claro que la autoridad es incapaz de proveer la seguridad que requieren los ciudadanos para llevar una vida tranquila y productiva. El hecho de que en cualquier momento podamos desaparecer, que salgamos de nuestros hogares sin saber si regresaremos, es un terror muy real y profundamente doloroso.
Si estuviéramos envueltos en una guerra con otro gobierno, o fuéramos partícipes de una guerra civil declarada por diferencias en ideologías, existiría un tangible riesgo de muerte y desaparición, pero este por lo menos tendría una razón de ser evidente y con un objetivo.
Que este objetivo sea bueno o malo, razonable o no, es algo aparte, pero por lo menos existiría esa claridad de que se está participando en una lucha abierta y declarada. Pero no es así la situación que estamos viviendo.
En apariencia, nuestra nación no está en guerra. Nuestras diferencias con otras naciones se resuelven por la vía diplomática y las internas, con sus evidentes fallas, por la vía democrática. Pero a pesar de esto, vivimos en una cultura del terror, ya que la oficialidad es completamente ineficiente para combatir la criminalidad.
La famosa guerra contra el narco declarada por ese expresidente de nefasta memoria bañó de sangre el país sin lograr nada más que recrudecer la violencia contra la población civil. El gobierno actual, con su política diametralmente opuesta tampoco ha logrado mucho.
Se necesita un cambio, uno que venga desde lo profundo de la sociedad. Uno que rechace todo aquello que se relaciona con los grupos criminales. Pero no es algo sencillo. Estos grupos tienen de su lado el encumbramiento de la narco - cultura, con su riqueza, sus influencias, sus relaciones con celebridades y con figuras de poder.
También cuentan con el miedo. Nadie se atreve a enfrentar a aquellos que cuentan con armas de alto poder, vehículos y propiedades prácticamente ilimitados. Especialmente porque tampoco se puede contar con las autoridades, que francamente son muy poco efectivas.
El pueblo honrado, que trabaja y se concentra en lo suyo, en salir adelante y dar una vida decorosa a sus familias, está expuesto en medio del terror, impedido de protegerse a sí mismo, sin otros medios más que esperar acciones de la autoridad que, si es que hay algunas, no generan resultados.
Así las cosas, solo cabe esperar que la sociedad misma reaccione y exija una estrategia de seguridad que funcione. Cuando esto ocurra, podría darse en el marco democrático y pacífico como ha sido hasta ahora, donde lo más que se ha llegado es a realizar marchas en contra de la violencia.
Pero no debemos olvidar la historia: cuando el pueblo llega a su límite, puede decidir tomarse la justicia en sus manos, con consecuencias que pueden ser terribles, pero en esencia, necesarias.
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