El domingo 26 de febrero, por la madrugada, siete jóvenes viajaban en una camioneta en la fronteriza ciudad de Nuevo Laredo. Personal militar que realizaba reconocimientos en el área persiguió al vehículo y disparó sus armas en contra de los ocupantes causando la muerte de cinco de los siete jóvenes.
A resultas de este lamentable incidente que ya se encuentra bajo investigación, cuatro militares se encuentran detenidos por presunta responsabilidad en los delitos de desobediencia y abuso en el uso de la fuerza.
Las versiones de los militares y las de los testigos se contraponen. La Secretaría de la Defensa habla de que se escucharon disparos, que la camioneta desobedeció la indicación de detenerse, aceleró y se dio a la fuga para estrellarse luego con un auto estacionado. Según esta versión los elementos militares dispararon al escuchar un estruendo.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos por su parte afirma que los jóvenes estaban desarmados con lo que resulta imposible que hubieran realizado disparos. Hay testigos que afirman que al menos dos de los jóvenes muertos recibieron disparos en la nuca.
¿Por qué resulta este evento lo suficientemente grave para que merezca un espacio en este foro de opinión?, pues porque es un síntoma más de la grave enfermedad de inseguridad que se vive en este país.
Por supuesto que no se puede afirmar que las víctimas sean en absoluto inocentes, son muchas y distintas las faltas en que pudieron haber incurrido. Pudieron estar involucrados en uso de sustancias ilícitas, actividades ilegales, o pudieron solo estar conduciendo de madrugada en estado de ebriedad. Cualquiera que sea el caso quizás consideraron buena idea darse a la fuga al verse seguidos por los militares agravando su situación.
Y aquí es donde es necesario detenernos y analizar porqué esos jóvenes, y junto con ellos una buena parte de la población, no experimenta ninguna confianza cuando una autoridad le marca el alto. Y gran parte de esas ocasiones el civil que se encuentra en esa situación no tiene razón alguna legítima para temer a la autoridad… si esta actuara dentro de los lineamientos de protección y servicio que cabría esperar de ella.
Les contaré un encuentro cercano del peor tipo que experimente hará un par de semanas. Del peor al menos desde mi personal percepción. Caminaba por la calle casi llegando a mi domicilio cuando escuché que me llamaban y al voltear me topé con un vehículo militar y el hombre al volante era quien me había hablado.
No soy una persona alterada, pero de cualquier modo aquel encuentro casi me hace saltar del susto, de forma instintiva me puse a la defensiva. Eso fue todo. Los militares solo estaban buscando una dirección, pero igual quedé en un estado de sobresalto el resto del día.
Me gusta pensar que no soy cobarde, pero hay algo en la experiencia reciente con autoridades policiales o militares que ha dejado impresa en mi mente la noción de peligro ante el contacto con esas personas.
Sin que fueran altas horas de la noche o madrugada, con mis facultades en pleno uso, les di las indicaciones a aquellos militares y actué con calma aunque por dentro estuviera en un estado de alteración.
Pero si pensamos por un instante en un grupo de jóvenes en la madrugada, como menos bajo el influjo del alcohol, impulsados a no mostrarse cobardes por el hecho de ir entre amigos, y que podían o no tener algo que ocultar de la autoridad, siendo detenidos por un grupo de militares…
Si el instinto de temor de esos jóvenes fue el mismo que yo sentí, y su mente no era lo suficientemente clara para tomar una decisión racional, entonces el hecho de que hayan intentado huir es la reacción natural ante ese encuentro y no existe justificación alguna para que hayan sido tiroteados. ¿O sí?
Pongámonos ahora en el sitio de los militares. Un grupo de hombres, jóvenes también, con entrenamiento para usar sus armas. En un ambiente donde los grupos criminales campean con impunidad, las más de las veces con mejor armamento, vehículos y recursos que los suyos.
Hombres que arriesgan su vida para combatir la inseguridad provocada por estos grupos y cuya compensación, si bien es más digna que la que reciben los cuerpos policiales, aun así no compensa la posibilidad de ser privados de la vida.
Es de madrugada, en una ciudad fronteriza, peligrosa por la actividad del narcotráfico. Una camioneta con un grupo de hombres no se detiene ante su orden y emprende la huida. Hay un estruendo, ¿son disparos?, no se detienen a preguntárselo, no esperan la orden de su capitán, su instinto es disparar.
Es la fórmula perfecta para el desastre, el ingrediente principal, el miedo. Jóvenes civiles asustados, jóvenes militares asustados también. Como resultado, una sociedad horrorizada y más miedo.
Se necesita castigo si alguien actuó deliberadamente para causar daño una vez que la situación de peligro inminente ocurrió. La impunidad debe combatirse por los medios legales que correspondan.
Pero como sociedad, necesitamos algo más. Se necesita fortalecer los lazos entre la gente y la autoridad. Trabajar en que la percepción de los elementos militares y policiales sea como una parte de la propia sociedad, figuras de respeto y de apoyo en situaciones de peligro, y no alguien a quien temer.
Se escucha fácil y difícil al mismo tiempo. Idealista en extremo. Pero así como existen campañas para mejorar los ambientes en lo laboral, por ejemplo, hay muchas actividades que podrían hacerse de forma continua para transformar la dinámica en la que la autoridad se inserta en las comunidades.
Si no se hace algo, si el uso de la fuerza indiscriminada es lo único que puede esperarse de estos elementos, el miedo va a continuar y nos seguirá convirtiendo en víctimas. A civiles y a autoridades por igual.
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