Decadencia social
EL CORREO INDEPENDIENTE

Decadencia social

Día tras día se manifiestan los síntomas de la descomposición social

Sam Terrazas | 28 jun 2023


Las terribles noticias que se generan cada día a nivel mundial y en nuestra sociedad mexicana en particular, sólo son pequeños indicios de la enfermedad que aqueja a la estructura que la humanidad ha construido y que parece albergar semillas de destrucción en su propio núcleo.

Hace algunos días, todo ser humano normal y decente en nuestro país, todo aquel digno de llamarse humano, se horrorizó ante la acción abominable de un sujeto que arrojó a un indefenso cachorro en un cazo de aceite hirviendo en represalia con el carnicero que tenía dicho recipiente afuera de su establecimiento.

La primera reacción de muchos fue desear que a semejante alimaña corriera la misma suerte que su víctima y freírlo para que sufriera lo mismo que la pobre criatura que tuvo la desgracia de cruzarse en su camino. Debo confesar que de inicio yo también pensé de ese modo, más luego de la ira inicial llegué a una conclusión diferente, porque si, literalmente, hiciéramos chicharrón a ese infeliz, ¿qué nos haría diferentes de él?

La historia es incluso peor de lo que se planteó al principio, pues resulta que ese asesino sin sentimientos trabajaba como policía en la Ciudad de México. Sólo de pensar en que un tipo de esa calaña fue contratado para cuidar de la vida y seguridad de los ciudadanos nos provoca terror y viene a confirmar los sentimientos de miedo que muchos sienten hacia las supuestas fuerzas del orden.

Lo anterior nos lleva a preguntarnos, ¿qué tuvo que pasar en la vida de ese tipo para que se haya convertido en semejante monstruo?, si fueron sus padres, el lugar donde creció, las personas que lo rodearon al formarse, la educación o la ausencia de ella o una falta de diagnóstico y atención de alguna enfermedad mental, eso es algo que a estas alturas no podemos saber.

Pero ese hombre, por llamarlo de algún modo, existe, está aquí, estuvo viviendo entre multitud de personas que no sospechaban de lo que era capaz de hacer. Y lo que horroriza nuestras conciencias es el imaginar cuántos como ese se encuentran camuflados en nuestras ciudades, ocultos a plena vista, esperando la oportunidad para dar rienda suelta a su maldad.

Esa noticia no fue la única señal de la corrosión social que tuvimos que conocer en estos días. Se supo de un niño de once años de Piedras Negras, Coahuila que se quitó la vida supuestamente porque no sus padres le prohibieron escuchar a su cantante favorito, el cual se dedica a promover música del estilo llamado “regional mexicano”, compuesto en su mayoría de “corridos bélicos” o “corridos tumbados”, que no son otra cosa que una apología a la violencia y la cultura del narcotráfico.

Ya suficientemente malo es que haya personas que se dediquen a ese tipo de “música”, que se le dé tanta promoción en medios de comunicación y que haya tantos que los sigan, lo que ya hace cuestionarnos la clase de personas que nuestra sociedad está generando, para ahora venir a darnos cuenta de que hay quienes carecen siquiera del criterio necesario para la conservación de la propia vida.

Seguro que los problemas de ese adolescente iban mucho más allá que su cuestionable gusto musical, compartido con miles de personas de todas las edades, pero su acción viene a destapar otro síntoma y nos hace reflexionar en todas las carencias emocionales, racionales, sociales, familiares y hasta de sentido común que se están gestando en nuestras comunidades.

Para rematar, en una secundaria del Estado de México, un alumno llevó un arma e hizo varios disparos, con la intención al parecer de asesinar a un maestro de matemáticas, y poniendo en peligro a todos los alumnos, maestros y trabajadores del plantel. Finalmente, terminó hiriendo a un conserje que quiso detenerlo, y huyó de la escuela, siendo detenido más tarde por la policía.

Este último asunto nuevamente nos enfrenta a lo que está ocurriendo dentro de las familias mexicanas, las escuelas, las ciudades. Creo que todos tuvimos alguna vez maestros verdaderamente odiosos, de matemáticas y de otras materias, pero pese a ello, ni en un millón de años alguien con una capacidad de razonamiento relativamente equilibrada pensaría en conseguir un arma para emprenderla a tiros contra dicho maestro o maestra.

Aún más, ¿cómo es que un muchacho de esa edad tuvo fácil acceso a un arma y la metió a las instalaciones escolares sin ningún problema? Nuestra seguridad es pobre y nuestra estructura familiar y social por demás endeble. Los delitos violentos son el pan de cada día y la música de moda no hace más que reflejar el horror que se vive y entronizar a los que se benefician de esa cultura de violencia.

La descomposición social es más que un concepto, es real, y el actuar de las autoridades de todos los niveles y en todas las materias está siendo ineficiente para combatirla. Y no solo es la autoridad la que tiene la obligación de actuar, las propias familias y comunidades deben asumir un rol activo para generar un movimiento de evolución social y no a la inversa.

Para ello se requiere de liderazgos auténticos capaces de integrar al entramado social y llevarlo en una dirección de cambio que fortalezca los principios que se buscan de una sociedad progresista y respetuosa de la naturaleza, de la vida y de los derechos de aquellos con quienes debemos convivir.

Lamentablemente, otro síntoma de esta descomposición suele ser la carencia de estos liderazgos, reemplazados por los que solo buscan poder, fama y bienes económicos.

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