El 21 de julio se celebra el día mundial del perro, aunque algunos países como Estados Unidos, Guatemala y Colombia lo festejan en otra fecha. Fue apenas en 2004 que mundialmente se acordó la fecha del 21 de julio como día del perro, mientras que en muchos países distintos se conmemorar otros días como el día del perro callejero, del perro mestizo, del perro abandonado, etc.
¿Y qué tiene de especial este animal de cuatro patas para que se le celebre tanto?, quienes alguna vez han tenido un perro no necesitan que nadie responda esta pregunta por ellos. Lo saben bien. Y los que, como yo, han tenido no uno, sino muchos, durante más de una vida, sabemos que un día para conmemorarlos es completamente insuficiente.
Fue hace muchos miles de años que humanos y perros iniciamos nuestra historia en común, casi desde que el hombre es hombre y el perro, perro. Y antes de que me acusen de machista, aclaro que me estoy refiriendo a la estirpe en general y no al género, y francamente me parece redundante tener que hablar del femenino de ambas especias, pues ya está incluido.
Hecha la anterior aclaración para no ofender a nadie, debo decir que quizás esta relación tuvo un peso importante en la evolución de ambas especies. Sí, no solo los perros cambiaron a causa de los humanos. Creo firmemente que nosotros también somos distintos por nuestro encuentro y vínculo con estos animales.
Humanos y perros éramos criaturas muy diferentes en aquellos primeros días. Aquí me detengo a hacer otra precisión. En mis múltiples existencias jamás he sido perro, gato, o ningún otro animal. ¿Raro, cierto?, ya que los hindúes, una de las culturas que más creen en la reencarnación, tienen la convicción de que se puede reencarnar siendo un animal no humano.
Eso me hace pensar, o que solo ellos pueden reencarnar así, lo que sería bien discriminatorio, o que su creencia está errada, lo cual nunca me atrevería a afirmar. Es por eso por lo que solo hablaré por mi propia experiencia y es esta, jamás he sido otra cosa que ser humano.
Consideré importante mencionarlo para que sepan que no sé lo que se siente ser un perro, pero si sé lo que se siente convivir con uno. Como ya dije, hace miles de años éramos muy diferentes, la parte primitiva y salvaje de nuestra naturaleza nos dominaba y por eso, los humanos no dudábamos en alimentarnos de los cánidos, aunque solo si otra caza escaseaba, y eso es porque no saben muy bien.
Sin embargo, algunos pueblos, sobre todo de oriente, parecen haberle agarrado el gusto a comer perros y aún hoy lo siguen haciendo, incluso cuando existan cosas mejores que comer. En fin, cada quién sus gustos. El caso es que los perros de los primeros tiempos tampoco dudaban en merendarse algún que otro humano si estaban hambrientos.
Aquellos perros eran más parecidos a los actuales lobos o coyotes, criaturas algo desconfiadas, carnívoras y cazadoras, a veces carroñeras, por lo cual no era del todo agradable encontrarse con ellos, y podría asegurar que ellos pensaban lo mismo con respecto a nosotros.
No estoy muy seguro de cuándo y porqué cambiaron las cosas exactamente. Tal vez fue porque los perros fueron lo suficientemente inteligentes de seguir a los asentamientos humanos para alimentarse de las sobras. y los humanos notamos que esas manadas escandalosas ladraban ante la presencia de amenazas.
Eran una alarma tan eficaz que quizás comenzamos a alimentarlos deliberadamente para tenerlos cerca. Aún hoy, esa cualidad de los perros es una que los humanos buscamos en nuestras compañías caninas. Muchas razas pequeñas no pueden hacer mucho como guardianes o perros de trabajo, peo sí que ladran.
Aun así, si bien es una característica útil, no es el ladrar lo que nos agrada más de los perros, sino esa cualidad suya de conectarse con nosotros en un plano emocional, de identificarse con nosotros y querernos sin importar quienes seamos.
Como ejemplo les contaré de mi primer perro, muy, pero muy lejos allá en aquellos días de la prehistoria. Yo era un muchacho de unos doce años, lo cual ya era mucho en aquellos días en los que la expectativa de vida era realmente corta, y el perro era una hembra famélica que se acercó a mi campamento a buscar comida.
Yo era ya todo un cazador, o al menos lo consideraba así, ya que era lo suficientemente fuerte y astuto para hacerme de mi sustento, generalmente piezas pequeñas parecidas a las liebres o conejos actuales, y si trabajaba con otros de la tribu podía colaborar para matar animales más grandes.
En fin, que el día aquel en que la perrita apareció por el campamento no muchos habían logrado una presa. Yo sí, y estaba asándola en la lumbre bastante alejado del resto, porque, si bien era muy capaz de cazar, no lo era tanto para evitar que otro más grande y fuerte que yo me matara para arrebatarme la comida si se lo proponía.
Además, para esas alturas de mi vida ya no tenía madre ni hermanos, pues estaban muertos, si tenía padre no lo sabía, y aún era joven para tener mujer, por lo que mi alimento era solo mío. La criatura canina fue alejada a pedradas del resto de los grupos de humanos que se reunían alrededor del fuego, y, con una mirada de temor, se aproximó a mí, con ese valor que solo da el hambre.
Aquellos ojos brillantes ejercieron una especie de magia sobre mí, que por lo demás era ciertamente muy egoísta, y eso me llevó a compartir un poco de lo mío con aquel animal. Yo la miré mientras comía y ella mi miró de vuelta. Al inicio la desconfianza fue mutua, pero luego de un rato, en que los dos entendimos que no éramos una amenaza el uno para la otra, tuvimos la suficiente calma para dormir.
Si bien en aquellos tiempos no dormíamos muy profundamente, ni humanos ni perros. No si queríamos seguir vivos. Gracias a la perrilla pude sobrevivir aquella noche. Cuando la oscuridad era más profunda a uno de mis compañeros de tribu se le ocurrió que sería una buena idea eliminarme y hacerse con el poco alimento que aún me quedaba.
Quizás se le pasó por la mente comerme también. Deben saber que entonces, el hacer eso no era tan mal visto como hoy en día. El caso es que cuando el grandote se acercó a mi campamento la perra despertó, ladrando, gruñendo y enseñando los dientes, eso me despertó a mí, que me levanté de un salto y tomé mi lanza. La arrojé y atravesé al sujeto, que cayó al suelo sin emitir sonido.
Sé que este tipo de historias parecen violentas y es porque lo son, pero la vida era así entonces y espero que nadie se espante por eso. Mi nueva amiga y yo permanecimos cerca del caído para asegurarnos que estaba muerto y ya no representaba una amenaza. Lo estaba. Así que recuperé mi lanza, pues aquellos objetos no eran como para desperdiciarse, y emprendí camino para alejarme del grupo.
No era que en aquel tiempo se tomaran las muertes demasiado en serio, pero ¿para qué arriesgarse?, yo sabía que había otros que sentían más aprecio por un tipo grande y fuerte, más valioso para la tribu que yo, y que eran más cercanos a él que a mí. Así que por precaución recogí mis pocas cosas y me fui.
Para mi sorpresa, noté que la criatura peluda aquella me seguía, y se convirtió en mi compañera durante muchos días. Yo cazaba y la alimentaba, y cada día se acercaba más a mí. Hasta que pude tocarla sin que me enseñara los dientes, y a partir de allí fuimos los mejores amigos. Como los perros de ahora, le gustaba que la acariciara y hasta se tiraba panza arriba para que la rascara.
Pronto comencé a descubrir otras cualidades de aquel animal. Tenía un excelente olfato y la capacidad de indicarme donde se ocultaba una presa, quedándose muy quieta, levantando una pata en una posición particular y echando las orejas hacia atrás. Este atributo, que nos convirtió en un gran equipo de cacería, es uno que los perros de caza actuales conservan aún.
El resto de la historia no es tan relevante. Baste decir que la perrita me salvó muchas veces y yo cuidaba de ella. Cuando entró en celo la primera vez me costó una barbaridad mantener alejados a los perros machos para que no acabaran con ella, pero, aunque la mantuve relativamente a salvo apedreando y hasta matando a algunos de esos perros salvajes, no pude evitar que el perro más insistente la preñara.
El resultado fue que pronto tuve que cuidar de tres cachorros y por primera vez conocí lo lindos que son los perros bebés. Aquellos animales se quedaron conmigo el resto de mi vida, la cual no fue muy larga según los estándares actuales, pero lo bastante para aquellos tiempos.
La perrita aquella murió de anciana en unos diez años, pero sus descendientes estuvieron siempre a mi lado, un par de ellos estaban conmigo cuando fallecí unos cinco años después de eso. El cómo sucedió no viene al caso ahora y ya les contaré en otra ocasión.
Volviendo al tema, los perros tienen una increíble e inagotable capacidad de brindarnos afecto. Su fidelidad es a toda prueba, no importa si somos personas con medios económicos o simples parias. En cada una de mis existencias tuve algún perro o al menos contacto con alguno. De razas distintas o mestizos, una gran variedad. Perros grandes, medianos y chicos, con pelo o sin él, todos sin excepción son grandes compañeros si se les cuida y se les trata bien. Y ese es el problema, los humanos no hemos sido tan buenos para los perros como ellos para nosotros.
Se han realizado cruzas y creado razas por nuestro capricho, sin importar si el resultado son perros con problemas físicos graves. Y que conste que no tengo problema con las razas braquicéfalas, pues pienso que los perros con hocicos cortos son hermosos y tienen derecho a existir. El problema es cuando se exagera para acentuar los rasgos y algunos pobres animales batallan hasta para respirar.
También existen una cantidad impresionante de perros en el abandono y son muchos los que se sacrifican por no encontrar un hogar para ellos. Hay espantosos lugares donde se llevan a cabo peleas de perros y sí, ya les hablé de aquellos pueblos que se los comen.
Razas como los pitbulls se han usado para peleas y como resultado de eso se les ha tildado de violentos y peligrosos e incluso hay países donde está prohibido tenerlos. Por experiencia puedo decirles que los pitbulls son todo menos violentos por naturaleza.
En los años mil ochocientos incluso se les llamaba perros- niñera por su buen carácter y su disposición para cuidar de los pequeños de las familias. En aquel siglo tuve algunos de estos perros y en los anteriores alguno que podría considerarse su ancestro, y puedo afirmar que jamás fueron agresivos estos animales.
Por eso hoy, cuando se les hace tan mala fama a estos perros. solo puedo pensar en lo que los humanos hacemos mal para devolver a un noble animal a un estado de salvajismo similar al de esos primeros tiempos.
Los perros también nos han acompañado en funciones de trabajo, todo gracias a su gran inteligencia, agilidad, olfato, fuerza e intuición, y así tenemos perros pastores, perros de trineo, perros de caza, perros de rescate, perros de policía, perros guía, e incluso más recientemente, perros de terapia y de apoyo emocional. Seguramente que otros muchos trabajos caninos se me escapan y ofrezco una disculpa por eso.
Sin embargo, el principal trabajo de los perros del mundo es hacernos compañía. Eso de que el perro es el mejor amigo del hombre no es solo una frase, sino una gran verdad. Una que venimos arrastrando humanos y perros desde esos días en que comenzamos a entender que somos especies complementarias.
Recuerdo a cada uno de mis perros de las diferentes épocas. Tal vez ellos reencarnan también, pero no lo sé. Solo estoy seguro de que los quise a todos mucho y ellos a mí, y que cuando se fueron antes que yo, su pérdida me dolió demasiado. Esa pérdida duele todavía.
Ha sido doloroso perder a esos amigos queridos todas y cada una de las veces, y aunque haya quienes se ofendan por lo que aquí escribo, debo decirlo como un homenaje a estas criaturas increíbles: muchas veces me dolió más perder a mi perro que a ciertos humanos.
Y algo más, con la cercanía de la muerte, uno de mis pensamientos ha sido siempre para mis perros, los que se fueron y los que se quedaron en esa vida.
Hoy, muchas vidas después, puedo cerrar los ojos y ver en mi mente a la perrita que fue mi compañera en esa mi primera existencia. Quizás algún día encuentren una pintura rupestre en la que se aprecien en toscos trazos un humano primitivo y su acompañante peluda, después de todo, recuerdo haberlo pintado, aunque no dónde.
Así que festejemos o no el día del perro, el 21 de julio o cualquier otro día, apreciemos el compartir la existencia con estos animales y correspondamos su lealtad cuidando de ellos. Darles una vida agradable para retribuir el que ellos hagan lo mismo por nosotros es lo menos que podemos hacer.
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