El pasado martes 4 de abril, el expresidente estadounidense Donald Trump se presentó para ser arrestado y responder por los cargos penales en su contra, los cuales tienen que ver con fraude y con infracciones de financiamiento de su campaña en 2016.
Estos cargos, nada menos que 34, resultan históricos ya que nunca antes se había visto a un expresidente sometido a un litigio criminal.
La acusación se apoya en supuestos pagos que Trump habría ordenado a su exabogado Michael Cohen para silenciar los escándalos que saldrían a la luz por dos mujeres con las que Trump habría tenido amoríos. Los tales pagos los habría hecho el mencionado abogado como “aportaciones de campaña”, lo que hace que el asunto se relaciones con el tema del financiamiento. Una forma bastante original de financiar a un candidato, por decir lo menos.
Para cualquiera con algo de experiencia del mundo, y del actuar de magnates como Donald Trump, con sus contactos en el ambiente del modelaje, la actuación y otros círculos donde abundan las oportunidades de involucrarse con mujeres atraídas por el poder, el dinero, y claro, su arrolladora personalidad, parece algo pueril el tratar de ocultar aventuras de esa clase.
Por otra parte, la sociedad norteamericana se ha caracterizado por escandalizarse de tales asuntos, al menos públicamente, pues en lo privado practican el adulterio con singular entusiasmo. Al menos tanto como los ciudadanos de cualquier otra nación. Debido a esto, el que un político intente sepultar tales pecados no sería tan extraño.
Cierto o no, lo que no deja de despertar suspicacias es el momento en que deciden acusar a Trump, justo cuando está nuevamente en campaña para buscar un segundo período presidencial. Tal oportunidad hace sospechar que lo único que se busca es frenar esa posibilidad por parte de los enemigos políticos del expresidente.
Sin embargo, si hay un plan detrás de las acusaciones, este podría salir contraproducente a sus autores. Porque podrá decirse lo que sea acerca de Donald Trump, menos el que sea alguien que desaproveche las oportunidades y se esconda de la notoriedad.
Así, el expresidente está aprovechando la fama que el proceso penal le está proporcionando para fortalecer su campaña y reunir a sus adeptos alrededor suyo. Al ponerlo bajo el candelero, sus adversarios le están dando todo el espacio para brillar y darle la vuelta al asunto.
La supuesta campaña de desprestigio contra Trump bien podría ser el impulso que lo lleve de nuevo a la presidencia de los Estados Unidos, en lugar de ser el freno que esperan sus detractores. Al atacarlo, lo convierten en víctima de la injusticia, y los seres humanos se sienten identificados con quienes sufren tales agresiones.
De modo que, sin importar lo que Trump haya hecho o no, aún más, sin importar su desempeño al frente del gobierno del país más poderoso del mundo, y su ideología que puede o no sernos simpática, se debe reconocer que su posibilidad de volver a ocupar ese cargo es indudablemente real.
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