Se acercan las elecciones presidenciales en México y junto con ellas la renovación de muchos de los cargos federales y locales. El panorama político resulta caótico en muchos aspectos, sobre todo si se consideran las alianzas de organizaciones políticas opuestas y los políticos que se mudaron de partido en su búsqueda de oportunidades.
Pero el elemento de mayor peso para inclinar la balanza en la elección lo constituye sin dudas el actual presidente de la república. Su gran popularidad es un factor que su partido tiene a favor para tratar de ganar la mayoría de los cargos en la elección, principalmente la presidencia de la república. Especialmente porque la candidata de ese partido no es popular ni carismática por sí misma.
El presidente de la república no ha tenido reparos en intervenir mediante la expresión de sus preferencias y apoyo para con su candidata desde el principio, desde el proceso de selección entre vatios personajes del mismo grupo político.
Proceso en el cual se presentaron multitud de irregularidad, tales como el uso excesivo de recursos propagandísticos, acarreo de personas para eventos, presión sobre trabajadores del gobierno, opacidad en los gastos de precampaña y demás artimañas de la más rancia política.
La autoridad electoral ha sido completamente anodina en la aplicación de sanciones ante estas prácticas, las cuales se extienden ahora durante las campañas. Y el resultado de esto ha sido una candidata que según las encuestas tendrá una victoria fácil y con ello asegurará la tan cacareada “continuidad”.
Que exista continuidad en aquello que funciona bien, no es malo, es incluso deseable. No habría nada mejor que los nuevos gobiernos evaluaran lo que se hizo en una gestión anterior y decidieran seguir llevando a cabo lo que se hizo correctamente en lugar de tratar de destruir todo solo porque vino de un régimen opositor.
Lo que sí es en verdad preocupante es que, con la bandera de la continuidad, se cierren los ojos a lo que se hizo mal, o no fue suficiente, o que de plano es algo que no debería hacerse más. Entonces, con tal de proteger el buen nombre de aquellos que pertenecen a la misma corriente política y a los que, al menos en el caso presente de México, se les debería el cargo, se caerá en el encubrimiento, la corrupción y el estancamiento del progreso.
México ya tuvo setenta años de un mismo grupo político en el poder con resultados terriblemente malos. Hoy existe el riesgo de volver a lo mismo, aunque con otra nomenclatura partidista. Porque ya se ve en las opiniones de los adeptos al presidente actual, un aferramiento rayano en el fanatismo para defender toda la gestión como si fuera un éxito, sin ver las muchas deficiencias que ha tenido.
Por desgracia, la oposición tampoco ha sido objetiva ni inteligente y en su mayor parte se han centrado en un simple aborrecimiento de la figura del presidente sin presentar argumentos bien cimentados de aquello que es necesario cambiar.
Unas pocas voces se han levantado últimamente para tratar de dar coherencia al pensamiento disidente, pero bien podría ser tarde para que en verdad haga una diferencia en el resultado electoral.
Y así, es cierto que en el horizonte la democracia mexicana está bajo amenaza. Y no hablo de marchas en color rosa con un instituto electoral débil e ineficiente y los peores personajes de la política de oposición queriendo ganar una popularidad que no merecen.
La verdadera amenaza es la vanidad y la soberbia que se ha apoderado del grupo en el poder. Esa postura de prepotencia hacia todo el que piense diferente. Esa negación de la realidad que no les permite ver que el país necesita de seguridad, trabajo, productividad, educación, ciencia y tecnología, aspectos que se han descuidado en la actual gestión.
Esperemos que el pueblo mexicano entienda que se necesita de un equilibrio del poder, porque cuando se otorga todo a una persona o a un grupo es que surgen las dictaduras, y si se le permite al actual grupo gobernante hacerse con la mayoría de las posiciones políticas se sentirán más intocables de lo que hoy se creen, pasando por alto todo lo que esté mal durante su gobierno.
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