En plena semana Santa de este 2024, en la ciudad de Taxco, Guerrero, famosa por su producción de joyería de plata y su arquitectura colonial, ocurrió una más de las historias de terror que se han convertido en la cotidianeidad de México.
Una pequeña de ocho años salió con permiso de su mamá para ir a jugar a la casa de una amiguita, la cual se encontraba a escasos metros de su domicilio. Supuestamente iban a bañarse en una alberca inflable y, a decir de la madre, no era la primera vez que su hija acudía a la casa de esa familia. Incluso se habló de que las dos mujeres, madres de las pequeñas, solían ser amigas también.
El horror se desata en la tarde, cuando la niña, de nombre Camila, no regresa a su casa, y su madre comienza a buscarla. Al preguntar a la mujer en cuya casa se supone que iría a jugar Camila, esta dice que nunca llegó.
Conforme continúa la búsqueda, sin embargo, se da con una grabación en video que muestra a la niña entrando al callejón donde vivían su amiguita y su familia. Luego de eso se descubre otro video donde se ve a la señora Ana Rosa, la madre de la amiga, subiendo una bolsa negra de basura y un cesto con ropa en un taxi, conjeturando que es allí cuando sacan el cadáver de la niña.
Mientras tanto, la familia de Camila recibió un mensaje pidiendo un rescate de $250,000.00 para recuperar a Camila. La policía, mientras tanto, detiene al taxista, que confiesa que tiraron el cadáver de la niña y dónde.
La población, indignada, rodea la casa de los presuntos asesinos y, ante la tardanza de las autoridades, entran a la fuerza y sacan a la señora Ana Rosa y a dos de sus hijos, realizando un linchamiento que fue televisado por múltiples medios que estaban en el pueblo con motivo de la celebración tradicional de la Semana Santa.
La mujer llevó la peor parte. Le arrancaron la camiseta, la arrastraron, la golpearon salvajemente y la patearon cuando ya estaba en el suelo, sin que los agentes de policía intentaran impedirlo. Lo cierto es que tampoco podrían haber hecho gran cosa ante la multitud enfurecida, pues de haberlo intentado muy probablemente habrían perdido la vida.
Eran pocos, muy pocos, los agentes de policía local contra la gran cantidad de gente furiosa en busca de venganza, que no de justicia. La justificación de la autoridad municipal fue que gran parte de los elementos estaban cuidando del orden en los eventos de la semana mayor.
LA consecuencia fue que la presunta homicida murió como resultado de los golpes recibidos, la incapacidad de la policía y, como si fuera poco, que no la llevaron al hospital sino a las instalaciones de la fiscalía; así que, si alguna posibilidad había de que salvara la vida, allí se perdió.
Los dos hijos de la mujer fueron llevados al hospital y se les detuvo allí por su presunta participación en el feminicidio de Camila. Al momento se siguen las investigaciones para lograr desentrañar lo que realmente ocurrió. Tristemente, como en tantos otros casos, resultará muy difícil que se pueda dilucidar la verdad.
La señora Ana Rosa tenía otra hija adolescente además de la niña amiga de Camila. También su madre vivía con ellos. La abuela y las dos menores tuvieron que ocultarse para evitar correr con la misma suerte, pues, a decir de los vecinos, había personas tratando de lincharlas. Debido a esto, demoraron incluso en reclamar el cuerpo de la mujer fallecida.
Otra consecuencia fue que días después, el jefe de la policía tuvo que renunciar tras su desafortunada declaración de que hubo responsabilidad y omisión de parte de la madre de Camila por no haberla cuidado adecuadamente.
Lo que esta terrible historia deja al descubierto una vez más es la terrible inseguridad que se sufre en muchos estados de la República Mexicana, siendo Guerrero uno de los más peligrosos en términos de crimen organizado e impunidad.
Por principio de cuentas, no debería existir peligro en que una niña vaya a jugar a casa de una amiguita que vive a unas cuadras de distancia. El crear un entorno de seguridad es responsabilidad del gobierno, de todos los niveles, federal, estatal y municipal. Desde este punto de partida, el crimen de Camila, como el de otras muchas Camilas, no debería haber ocurrido.
Porque tener un ambiente de seguridad depende de un sinfín de factores que van desde la educación y formación del pueblo (esta última enfocada a reforzar los principios que hacen de un ser humano, humano), las condiciones económicas apropiadas para una buena calidad de vida, el involucramiento de las organizaciones de la sociedad civil y de los grupos religiosos, el combate al crimen y a la corrupción, la creación de la infraestructura de comunicaciones y de impartición de justicia, entre otros muchos.
Por otra parte, hay quien dice que es el ciudadano, el particular, quien es responsable con sus acciones y su propia voluntad de procurar las condiciones para mejorar. O sea que pobre gobierno, que no puede con el desorden producto de la maldad de la población.
A estas personas hay que pedirles que piensen en que es precisamente para eso que se creó el sistema gubernamental, al cual, ya sea más o menos, todos pagamos impuestos. Y es un hecho que no está cumpliendo ni remotamente bien con los servicios y funciones que debería proveer.
Muchas veces los gobiernos, especialmente el federal, se excusan diciendo “ese delito no me compete, es de fuero común”, o “no, por su gravedad es federal”, con la consecuencia de que ninguno se responsabiliza por los malos resultados.
Lo cierto es que, ya que el origen del desastre nacional se encuentra en todos los factores ya mencionados que no han sido atendidos, es todo el sistema de administración gubernamental el que debiera tomar responsabilidad en el asunto.
Si bien, siendo justos, es la administración federal la que al consumir la mayor parte del presupuesto y su negativa a descentralizar, debiera ser el principal ente en hacerse cargo para enmendar las cosas. Porque los estados tienen menos recursos y los pobres municipios menos todavía.
Por otra parte, y sin pretender revictimizar, como le llaman ahora al hablar de ciertas verdades incómodas, también es cierto que en los tiempos actuales los padres no debieran dejar salir a sus niños sin supervisión, es más, ni dejarlos con desconocidos, y aunque me tachen de exagerada, ni con conocidos.
Precisamente porque no vivimos tiempos buenos en materia de principios ni de seguridad, no se puede confiar a los indefensos en un ambiente donde abundan los monstruos. En realidad, no es algo completamente nuevo, acuérdese usted de caperucita. Pero si antes había un lobo feroz, ahora seguramente hay millones. Que muchas veces se tenga suerte y al crío no le pase nada no quiere decir que no exista el riesgo.
¿Y qué tiene que ver el gobierno con que los padres no vean o lean noticias, o sean muy valientes, o carezcan de miedo y de ese instinto de conservación resultante?, pues, desde mi humilde opinión, que ya va siendo hora de hacer extensiva la formación para padres, las regulaciones estrictas en materia de cuidado de la infancia y de proveer los medios para que no se deje andar solos a los menores en las calles. Además de las acciones en los factores que ya mencioné para sanar a la sociedad de a poco. Aun así, algo se debe hacer ya, hoy, como dijo cierto expresidente de triste recuerdo.
Para terminar, les dejo una idea para reflexionar. Si el gobierno es ineficiente y omiso para proporcionarnos seguridad, tomemos las medidas de protección personales y familiares a nuestro alcance, pero no dejemos de exigir a quienes ejercen la función pública que cumplan con su trabajo.
Una forma de exigencia de cada ciudadano es emitiendo un voto razonado en las elecciones, haciendo valer nuestra inconformidad. Y, sobre todo, no pensemos que, porque una desgracia de esta magnitud no ha ocurrido en nuestro círculo cercano, no es susceptible de pasar.
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