La música nos rodea, nos envuelve, nos trae recuerdos, forma parte de nuestra existencia. O para el caso, de nuestras existencias. Un ritmo, una melodía en particular, puede trasladarnos a un momento ocurrido hace meses, años, décadas, siglos o milenios. Sí, puede llevarnos a una reminiscencia de otra vida, aunque algunos de poco se acuerden y otros podamos recordar tan claramente como si acabara de suceder.
No todos los recuerdos que nos trae la música son agradables y tampoco toda la música lo es. Desconozco cual sea el oculto mecanismo en nuestro interior que hace que cierta melodía nos resulte a algunos entrañable mientras que a otros les produce un desagrado rayano en el odio.
La música a veces se acompaña de la letra, pero de esta hablaremos en otra ocasión, pues, aunque su vínculo con la música es muy antiguo y casi imposible de deshacer, lo cierto es que la musicalidad sin palabras fue bastante anterior.
En aquellos primeros tiempos en que los seres humanos comenzamos a adquirir esos atributos gracias a los cuales podemos llamarnos humanos, comenzamos a percibir la música de la naturaleza.
Los trinos de las aves, el murmullo de los arroyos, el golpeteo más o menos rápido de las gotas de lluvia abatiéndose sobre las plantas y el suelo, los sonidos de los animales, el tamborileo de ciertas plantas con el viento, y todos aquellos sonidos repetitivos y familiares a fuerza de escucharlos comenzaron a escribir nuestra historia musical.
Con la mente inquieta que nos caracteriza, los humanos comenzamos a hilar patrones entre los sonidos que escuchábamos y, ya que la imitación nos es muy propia, buscamos cómo imitar aquellos ritmos con los elementos a mano, primero algunos muy simples, tales como las percusiones de un objeto contra otro, y luego usando el ingenio para crear instrumentos cada vez más complicados.
Aún hoy en día, muchas vidas después, me resulta imposible evitar el acompañar un ritmo animado tamborileando sobre una mesa o golpeteando el suelo con los pies. Podría apostar que, a muchos de ustedes, si no es que, a todos, les ocurre lo mismo.
La música siguió su evolución muy ligada a la religiosidad. La música de órgano y los himnos de las ceremonias cristianas, aún cuando estén en un idioma extranjero, al menos extranjero para mi vida actual, me trasladan a esos tiempos de ritos en viejos templos de piedra y aroma a incienso. Por cierto, que no me gustan mucho, ni los tales himnos ni el aroma del incienso. Bien se ve que esta música hube de sufrirla más que disfrutarla en algunas de mis existencias anteriores.
La música de algunas culturas orientales, por otra parte, tiene para mí un no se qué me remonta a un ambiente de mercados, o de elegantes salones donde la danza y la fiesta eran más importantes que la religión, un ambiente exótico de travesura y de lo que hoy podría llamarse indecencia que para algunos resulta muy atractivo.
Mucha de la música clásica, especialmente algunos valses, me entristecen el ánimo. Supongo que se debe a que en mi historia acompañan ciertos sucesos bastante dramáticos, vidas en las que las carencias y los problemas lo envolvían todo con apenas ciertos atisbos de la música de los más privilegiados.
Las marchas militares, preferiría ni hablar de ellas. Un fuerte sentimiento de arrojo, valentía, orgullo y tonta resolución, rematada por los horrores de la guerra, el dolor y la muerte.
Los ritmos más modernos y ya creados para acompañar el baile y la fiesta son mis preferidos, pues los recuerdos que los acompañan son de los más queridos, rodeados de la amistad, la ilusión y las gratas compañías. El charlestón, el fox trot, el danzón, el tango, los ritmos tropicales y el rock and roll entre otros son de mis favoritos.
En cuanto a la música de hoy, mentiría si dijera que me agrada en demasía. Comparada con otra música me parece, salvo contadas excepciones, falta de originalidad y que muy difícilmente tendrá trascendencia ni siquiera unos pocos años, ni qué decir de varias existencias, por más que la tecnología permita distribuirla por todo el orbe con una velocidad nunca experimentada.
Mientras tanto, me contento con acompañar la existencia con las melodías que me alegran el ánimo y que me permiten evocar aquellos momentos que tuvieron un significado especial en su día, hace tiempo, en otra vida.
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