Mucho se ha hablado en los últimos meses acerca de la reforma electoral en México. Las posturas a favor y en contra se han multiplicado a través de los medios de comunicación y en las redes sociales provocando una cortina de humo que no deja a la población crearse una opinión objetiva e informada acerca de este tema.
Por ese motivo intentaré plasmar aquí una serie de hechos concretos que puedan ampliar el panorama del lector, previamente a la expresión del punto de vista de la autora.
La realidad electoral en México plantea múltiples deficiencias que hacen patente la necesidad de un cambio de procedimientos, el cual sin embargo no implica que necesariamente deba ser del modo en el que el ejecutivo lo ha planteado. Por principio de cuentas encontramos los puntos que cualquier ciudadano puede detectar a simple vista y por experiencia:
Y eso solo por mencionar algunos.
Ahora, hablemos de la reforma electoral. Por principio de cuentas, para que pasara integra, lo que implicaría una reforma a la constitución, se requiere de aprobación por mayoría calificada, lo que el partido en el poder y sus aliados no tienen. Y dada la postura de la oposición, de que, sin análisis alguno, no aprobarán nada que venga del presidente de la República, era del todo imposible que se aprobara.
Pese a lo ya mencionado, solo por mero ejercicio mencionemos algunos de los puntos de esa propuesta, pues como ya se mencionó no pasa de ser eso:
Hay quienes opinan que se debió aceptar íntegramente la reforma y se ofendieron por cualquier crítica contraria a ella, lo cual es igual de malo a nivel razonamiento y cultura política que aquellos que la rechazaron a rajatabla.
¿Qué considero puede rescatarse de la reforma?, la intención de eficientar recursos que actualmente se ejercen con muy poco control a nivel estatal y el introducir algunas innovaciones como el voto electrónico.
Por otra parte, si lo que se desea es una verdadera cultura política que integre a los ciudadanos en la elección de sus representantes, eliminar los diputados de mayoría es lo peor que podría hacerse.
El presidente y quienes le apoyan incondicionalmente han querido vender la idea diciendo que se “eliminan los plurinominales”, los cuales han sido despreciados justamente por no ganar su lugar con el voto de la mayoría sino porque los partidos políticos los colocan en una lista.
Y nos encontramos con la tremenda incongruencia de que con la reforma propuesta ahora todos serían seleccionados por medio de listas, todos serían plurinominales…aunque les pongan otro nombre.
Al no pasar esta reforma se optó por modificar leyes secundarias en materia electoral las cuales en resumen limitan política y económicamente al INE y se compactan sus estructuras, así como algunas funciones del TEPJF. Se suprime duplicidad de funciones de áreas administrativas del INE y reduce de 300 oficinas distritales a 264.
También reconoce que los migrantes mexicanos o los residentes mexicanos que se encuentran en el extranjero van a poder votar por internet. Establece las bases para el voto electrónico y se prohíbe que se hagan uso de instrumentos como los monederos electrónicos, como las tarjetas de prepago, que servían para coaccionar y para comprar el voto en la jornada electoral.
Otra disposición es que los partidos estarán obligados a garantizar candidaturas a grupos diversos, como jóvenes, indígenas, afromexicanos, migrantes, personas LGBT y personas con discapacidad.
Concluyendo, aún hace falta mucho para mejorar el sistema electoral mexicano. Una reforma que tenga sus bases en la constitución y que vaya más allá de eficientar las instituciones electorales sino el fondo mismo de la estructura partidista y de participación.
Lamentablemente, con la falta de madurez política actual que no permite ver a quienes proponen y hacen las leyes ver mas allá de sus inmediatos intereses seguramente llevará tiempo el hacer los cambios profundos que se requieren, por ahora, los cambios realizados constituyen un inicio para ello.
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