Las acciones afirmativas, tan en boga a últimas fechas, son medidas establecidas como políticas públicas para compensar las condiciones de desigualdad y discriminación de determinados grupos considerados como vulnerables para asegurarles el ejercicio de sus derechos políticos, económicos y sociales. En particular, en el caso de las mujeres se han establecido con carácter de obligatorias.
La Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, en su artículo 5, fracción I, define las acciones afirmativas como:
“el conjunto de medidas de carácter temporal correctivo, compensatorio y/o de promoción, encaminadas a acelerar la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres”.
Se les conoce también como “acciones positivas”, “medidas positivas”, “discriminación en sentido inverso” y “discriminación positiva”.
Ante este tipo de medidas, entre las que se encuentran las denominadas “cuotas de género” cuando de candidatos a puestos de elección popular se trata, cabe preguntarse, ¿acaso existe un tipo de discriminación positiva, sólo por actuar a la inversa, favoreciendo en este caso al género femenino?
Como mujer, he experimentado la discriminación que existe en nuestra sociedad. He enfrentado los obstáculos que se oponen cuando se trata de hacer oír mi voz. En lo familiar, social, laboral e incluso en lo cotidiano.
La discriminación hacia la mujer está inmersa en nuestra cultura. Aunque se pregone acerca del cambio, la inclusión y la equidad, lo cierto es que estamos muy lejos de que esta exista en la realidad. Y no es solamente impulsado por los hombres. Sin contar con datos estadísticos, casi podría asegurar que la discriminación es sostenida por las propias mujeres.
Un ejemplo de ello lo encontramos en la escasa proporción de mujeres en los cargos directivos de las organizaciones. No es falta de capacidad de las mujeres para acceder a estos puestos, sino el resultado de que a un hombre que defiende sus opiniones se le ve como enérgico y un buen líder, mientras que a las mujeres que hacen lo mismo se les cataloga de agresivas y poco diplomáticas.
Por esto es por lo que las medidas de acción afirmativa se han vuelto necesarias. Al menos en la vida pública del país, se obliga a abrir un espacio para las mujeres. Y habría que preguntarnos si en el ámbito privado se debería hacer lo mismo.
Pero no nos engañemos, en la definición misma de estas medidas está su “carácter temporal”, aunque no dice a cuánto tiempo nos referimos. Este está determinado por cuanto tiempo perduren las condiciones de discriminación.
Si aparejado a estas medidas no se impulsa una evolución, un cambio cultural en las bases mismas de nuestra sociedad, la existencia de esta “discriminación inversa” amenaza con eternizarse.
Porque esas medidas sí son discriminatorias. Son feas, son como un parche que sujeta a fuerzas en entramado social haciendo que esos elementos discriminados, las mujeres, se inserten artificialmente en un entorno donde no se les quiere, y quizás…ni se les necesita.
¿Cómo puede ser esto? ¿y cómo es que me atrevo a decir semejante cosa? Por una sencilla razón. Las mujeres que aprovechan las mencionadas acciones afirmativas no son, en la mayoría de los casos, las que tienen las capacidades, habilidades, competencias y méritos para ocupar un cargo público. El solo hecho de ser mujeres no las hace mejores que los hombres.
Las mujeres valiosas en la sociedad, las que luchan día a día por abrirse un espacio por sí mismas, no quieren que se les regale nada, porque lo que tienen, lo han ganado a pulso. Estas mujeres son las que siguen en la lucha por sus derechos y los de las mujeres que en el futuro van a conquistar los espacios en lo público y lo privado.
Estas mujeres reconocen sus capacidades, las de otras mujeres, y también las de los hombres. Quieren igualdad de condiciones, no condiciones de privilegio. Ellas son capaces de reconocer que existen mujeres tanto o más terribles y dañinas que algunos hombres, y que a estas últimas no debería otorgárseles poder solo por el hecho de nacer mujeres.
Pero las medidas de acción afirmativa están de moda. Se obliga a los partidos políticos a postular la mitad de los candidatos mujeres. ¿Y si no existen mujeres competentes y comprometidas, capaces para el mencionado cargo?, no importa, la discriminación “positiva” los obliga a postular mujeres o quedan fuera de la contienda.
Entonces terminan eligiendo a la primer mujer que se atraviese en el camino, generalmente una sin gran mérito, apoyada por grupos de poder que terminarán manipulando su proceder. Esto no es en realidad un avance por la igualdad de género, sino un retroceso. Es considerar que las mujeres no pueden abrirse las puertas por sí mismas y si no se les apoya, no son capaces de actuar con autonomía.
Como mujer, sostengo que deben asegurarse las condiciones de equidad, exigirlas cuando no se den, pero no obligar a que mujeres ocupen espacios para los que no estén facultadas en nombre de la igualdad.
Así, encontramos ridículas afirmaciones de parte de organismos como el Tribunal electoral que dictamina “el siguiente presidente de la Suprema Corte de Justicia debe ser mujer”, además de la paridad en candidaturas que establecen las leyes electorales.
Con estos extremos se está discriminando a los hombres, y en una actitud vengativa e inconsciente podríamos decir “¡qué bien!, ahora les toca a ellos ser discriminados”, pero eso no beneficia a nuestro país.
Debería asegurarse que la persona que ocupa los cargos prioritarios tanto en lo ´público como en lo privado sea el ser humano más capaz, sin importar su género. Hombre, mujer, o cualquiera otro. Estamos lejos de esto, pero la transformación cultural está en proceso.
Como mujer moderna se los digo, no requerimos una protección especial que discrimine a otros, no la queremos; en palabras simples y llanas, las mujeres capaces no necesitamos floppys para nadar.
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