Desde que los seres humanos comenzamos a deambular por este planeta nos encontramos con sustancias capaces de provocar efectos sorprendentes en nuestra percepción de la realidad, permitiendo explorar mundos inexistentes, olvidar el dolor, experimentar sensaciones más intensas y dominar el temor, entre otros efectos.
Por supuesto que esos primeros encuentros con elementos vegetales o animales que alteran el funcionamiento cerebral fueron meros accidentes. Tampoco teníamos idea de lo que era el cerebro ni que este órgano era el principal afectado al entrar en contacto con esas sustancias, así que nuestro pensamiento primitivo era algo así como “esto se siente raro, pero se siente bien…”.
En realidad, esta idea no ha cambiado mucho para la mayoría que se ha enganchado con el uso de drogas en las distintas épocas de la historia hasta la actualidad. LA ignorancia e indiferencia acerca de cómo es que funcionan estas sustancias al entrar a nuestro cuerpo las ha vuelto peligrosas para la salud y la supervivencia.
Cuando en una tribu se encontraba por primera vez algo que alteraba la percepción de la difícil situación de lucha por la supervivencia, la primera reacción era de maravilla. Recuerdo quedar anonadado ante el júbilo colectivo provocado por el consumo de una hierba mágica. Pasado el efecto y al constatar que alguno había quedado tieso permanentemente por el abuso de aquella planta, se pasaba del arrobamiento al horror.
No faltaba entonces el listo que decía que los dioses se habían enojado por haber abusado de su regalo y entonces comenzaron a reservar su uso para ceremonias que propiciaran el contacto con la divinidad.
De ahí el uso ancestral de estas sustancias para los ritos religiosos de algunos pueblos, ya sean hierbas, plantas u hongos, lo mismo da. Si me preguntan, luego de una sesión de alucinógenos no es nada raro terminar hablando con los dioses.
Siendo guerrero en un antiguo ejército del Asia central, experimenté de primera mano el efecto que tienen las drogas en el ánimo del combatiente. No voy a presumir de valiente, cierta precaución siempre ha sido parte de mi naturaleza, aunque puedo asegurar que no era el único…quizás sea instinto de supervivencia.
En fin, que para evitar que el miedo a morir nos hiciera dejar de seguir órdenes y correr en la dirección opuesta a la batalla, los sabios dirigentes nos hacían tomar algunos “brebajes de poder” que tenían el triple efecto de adormecer el temor, despertar la rabia y la capacidad de despacharse al enemigo sin miramientos y atontar de modo que nadie se cuestionara por qué diablos estábamos peleando.
Cuando terminaba la batalla, si no habías muerto, te daban en recompensa otras sustancias mezcladas con alcohol que hacían olvidar los remordimientos y la pena por los caídos y te permitían celebrar la victoria y disfrutar del saqueo y de cuanto de valor se hubiera arrebatado a los vencidos. Y sí, hablo de bienes y de personas. No pongan esas caras que la moral de la época era bien distinta.
En mis vidas sucesivas, el uso de las drogas para fines religiosos, bélicos y recreativos no cambió mucho, y siempre había quienes desarrollaban una penosa adicción y terminaban con su vida a causa de ella. Pero se me olvida hablar de otro uso de las sustancias psicoactivas, uno muy importante, el uso médico.
Cuando nos percatamos que quien estaba bajo el efecto de las drogas veía sus sentidos adormecerse y era capaz de olvidarse del dolor en cierta medida, los curanderos y chamanes primero y los médicos después, decidieron incluirlas en su arsenal de pócimas y medicamentos para ayudar a los enfermos y a los heridos.
Más de una vez se les pasó la mano y mandaron a alguno al otro mundo, pero eso sí, más feliz de lo que estaba en vida. También fueron y son responsables de provocar adicciones en algunos pacientes que a menudo también los llevan a la tumba. Prueba y error, que, aunque suene duro, es la única forma de aprender la dosis y forma correcta de administrar esas sustancias para ayudar a paliar el sufrimiento.
Así, sustancias como el opio, la heroína, marihuana, peyote, hongos, etc. Se fueron volviendo populares, valiosos y un negocio muy rentable. También se fueron depurando, combinando y transformando en elementos cada vez más poderosos en sus efectos sobre el cerebro humano.
Su uso recreativo, en la búsqueda del placer y la felicidad por medios artificiales es el que más se ha extendido, siendo las drogas de diseño, sintéticas y terribles las que hoy en día representan un negocio millonario y matan a millones de seres humanos ya sea por su uso o por la guerra desatada para el dominio de los mercados.
Entonces, ¿son las drogas buenas o malas?, en mi larga y cíclica estancia en este planeta puedo decirles que son ambas cosas. Cuando estás agonizando de dolor y te administran una de estas sustancias para engañar a tu sistema nervioso y cortar la señal de sufrimiento puedes percibirlas como un milagro. Porque lo son, son un milagro de la ciencia y el descubrimiento humanos.
Cuando una persona sufre de depresión crónica y recibe fármacos que le ayudan a su cerebro a producir las sustancias para volver a sentir placer y salir del pozo de desesperación en el que se encuentra, las drogas también son algo positivo. Lo mismo en los casos en que durante o después de una cirugía, el paciente necesita de paliativos del dolor para poder sobrevivir.
Por otra parte, cuando personas sin responsabilidad ni control de la propia existencia se vuelven adictos a drogas cada vez más potentes, el daño sobre sus vidas y las de sus cercanos es enorme. Por desgracia, es por estas personas que el comercio de drogas es un gran negocio de las organizaciones criminales.
LA gran demanda de las sustancias psicoactivas es un reflejo del fracaso de la sociedad para conseguir la felicidad de sus miembros por medios naturales. Así, independientemente del nivel socioeconómico, multitud de personas quieren comprar la felicidad rápida en forma de las distintas presentaciones de drogas.
En cuanto a si las drogas deben prohibirse y castigar a quien las vende y a quien las consume, es una discusión que creo me tomará varias vidas más para verla resuelta. Soy partidario de la libertad, así que nunca estaré del lado de los prohibicionistas.
Me parece una tontería que, en el afán de controlar el uso de drogas, en la actualidad se esté llegando al extremo de hacerlas inaccesibles para aquellas personas que las necesitan para un tratamiento médico.
En la medida en que se trabaje para establecer condiciones para lograr la felicidad real, con una existencia trascendente y significativa, dejaremos de necesitar de las ilusiones creadas por las drogas y podrán utilizarse para lo que sí se requieren, como paliativos del dolor cuando existen enfermedades físicas o mentales y no como medios de manipulación en una vida vacía y superficial.
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