Las palabras de la discriminación
EL CORREO INDEPENDIENTE

Las palabras de la discriminación

¿Puede el lenguaje que usamos ser discriminatorio?, a últimas fechas se cuestionan más que nunca las palabras que usamos en nombre de la inclusión y la no discriminación.

El reencarnado | 1 sep 2023


El lenguaje, o por lo menos ciertas palabras de él, siempre ha sido controversial. Dependiendo de la época y el contexto, uno u otro vocablo ha sido motivo de malentendidos, riñas, afrentas irreconciliables, violencia y hasta muertes.

Parece muy estúpido morir por una palabrita, pero basta con pensar en la cantidad de pleitos que comienzan en insultos y terminan en homicidios para darnos cuenta de lo peligroso que puede resultar a veces el uso de la palabra. Al grado de que a menudo resulte preferible quedarse callado.

El lenguaje es lo que nos hace humanos y es un maravilloso código que permite la comunicación y el desarrollo, pero al mismo tiempo, se convierte en un arma temible cuando se usa para lastimar y despreciar a otros. Bien usado es la forma de crear obras maestras de poesía y prosa y de registrar el conocimiento, en el otro extremo, se usa para trasmitir las más aberrantes ideas de odio.

De ahí que podamos afirmar que las palabras no son buenas o malas en sí mismas, es el uso que se les da lo que nos hace percibirlas de uno u otro modo. Resulta particularmente interesante observar como esa percepción cambia con el tiempo, lo que yo he podido experimentar de primera mano.

En los tiempos de la invasión árabe de la península ibérica, si eras moro, te llamaban moro, o musulmán, mahometano, sarraceno, adorador de Alá, y otros sinónimos. Nada de lo cual era ofensivo puesto que era cierto. Quienes lo eran, como lo fui yo en una existencia anterior, se asumían como tales, y los cristianos lo mismo.

Por supuesto que cuando se guerreaba esas mismas palabras se convertían en insultos para uno u otro bando. Pero no eran las palabras lo que resultaba insultante, sino el odio con el que se les cargaba. Y lo que en principio era solo una definición de la creencia de cada grupo se volvía en “esos perros cristianos” o “esos moros del demonio”. A nadie gustaba ser llamado así y el aborrecimiento crecía.

Durante el imperialismo europeo sobre el continente africano se cometieron las más terribles atrocidades contra la población nativa, las que podrían englobarse en la esclavitud. En aquellos primeros tiempos de contacto entre dos razas, o etnias, porque ahora hay quien incluso se molesta si se habla de razas, en fin, hablemos entonces de dos grupos de humanos de colores y características físicas bien distintos, nadie se complicaba y se llamaba negros a unos y blancos a otros.

El usar esas palabras era una simple cuestión de definición. Ni bueno ni malo, simplemente era de ese modo. Siendo parte de una tribu africana en aquellos lejanos tiempos, la primera vez que vimos un blanco usamos para nombrarlo el vocablo en nuestro dialecto que definía su color. No se pretendía insultar al sujeto, simplemente era blanco, como un león o un mono albinos.

Lo verdaderamente malo era lo que ese blanco y sus semejantes pensaban acerca de su superioridad sobre los negros, dándoles derecho de maltratarlos, asesinarlos, arrancarlos de su país por la fuerza y convertirlos en esclavos. Ya pueden imaginarse que esa no fue la mejor de mis existencias precisamente.

El punto es que, aunque yo no estuve allí cuando por primera vez los blancos vieron a un hombre o mujer de tez oscura, habrá sido algo semejante, asombro ante lo que es diferente y el surgimiento instantáneo de una palabra con qué referirse a esa persona por su característica más notoria. “Negro”, será lo que habrán dicho en cualesquiera que fuera la lengua en la que se comunicaban.

Así pues, la referencia al color de piel no tiene nada de malo. Se es como se es y ya. Es una cuestión genética del organismo que nos es dado habitar durante un corto período de tiempo. Pero la raza negra, o la etnia africana…perdón, pero ya no sé cómo referirme a la población de piel oscura siendo políticamente correcto, además de que también hay etnias africanas de piel clara, y otras de piel oscura en otras partes del mundo, y si digo gente de color es una tontería ya que los blancos también tienen algo de color, a no ser que sean albinos; y también hay albinos entre quienes son normalmente de piel oscura; pero creo que me entienden a pesar de todo este enredo.

Total, lo que quiero decir es que aquellos cuyo origen está en el continente africano y su color de piel suele ser oscuro, fueron históricamente tan maltratados por esos otros con la piel más clara (y no por todos, debo precisar, que también hay blancos bastante razonables), que finalmente el llamar a alguien negro se considera en nuestra delicada sociedad de hoy un insulto aunque el sujeto en cuestión sea más oscuro que una noche nublada y sin luz de luna y se encuentre en medio de una colectividad formada exclusivamente de personas de tez clara.

Más aún, aunque en nuestros países de Latinoamérica sea costumbre llamar a alguien muy moreno por un apodo cariñoso como “el negrito”, “la negrita”, o entre amigos le digan al más quemado del grupo “Juan el negro” o como la famosa canción “la negra Tomasa”, hoy ese lenguaje se considera discriminatorio y reprensible, y Dios nos libre de usarlo si se está en una actividad pública, como el deporte, la política o un medio masivo de comunicación.

El colmo del ridículo es que, junto con el lenguaje, un entrañable personaje de historieta como “Memín Pirgüín” ahora resulta ser prohibido y racista. Bueno, la conocida figura de una mujer que daba identidad a una marca de harina para hacer hot cakes también ha sido exiliada de los estantes del supermercado, y créanme que no habiendo tenido en ninguna vida anterior una esclava o criada de esas características, jamás le di una connotación racista.  Con esto vemos que el lenguaje inclusivo afecta también a la comunicación gráfica.

Si hablamos de otras características físicas que se han impreso en el lenguaje y que ya no resultan muy bien vistas, o escuchadas, tenemos aquello de llamar “el chino” o “la china” a alguien con ojos rasgados. Pero al parecer el lenguaje inclusivo todavía no atañe al cabello porque no se ve mal que llamemos así a quien tiene el pelo ensortijado.

Y aunque también se refiere a una diferencia física, al parecer si a los de piel blanca nos llaman “güeros” o “güeras”, eso no es discriminatorio. Cierto que a los blancos les ha tocado mejor suerte en eso de ser discriminados; aunque en mi personal opinión se trata de una discriminación a la inversa, pues todo hace pensar que se sigue considerando algo bueno ser reconocido como alguien caucásico.

En cuanto a la población originaria de América, la controversia es incluso mayor, pero se asemeja con lo ya mencionado respecto al color de piel. Por principio de cuentas está el hecho de que cuando Colón llegó a estas tierras andaba ligeramente extraviado (si, ya sé que don Cristóbal no tenía GPS), y se pensó que estaba en la India, con lo que, a la gente de aquí, se le quedó llamarse “indios”.

Esa palabra de indio, que para los habitantes de India no es para nada insultante, ha venido a devenir en algo considerado malo para los descendientes de las culturas prehispánicas. Así que ahora se les llama habitantes de pueblos originarios u otro largo nombre por el estilo.

Pero eso es reciente, debido a que, cuando llegaron los españoles, a quienes aquí habitaban les importaba menos que nada como les llamaran, y no tenían idea de que llamarlos indios era una confusión geográfica. Después de todo, la gente de aquí tampoco conocía la India. Y entre ellos también tendían sus distinciones, muchas en verdad. Aztecas, xochimilcas, texcocanos, tarascos, mixtecos y un largo etcétera.

Y era mejor o peor dependiendo que grupo tuviera el dominio sobre los demás. El caso es que la conquista fue tan atroz para estos pueblos que ser indio era ser objeto de desprecio y humillación. Aún ahora muchos de los descendientes de los conquistados sufren de condiciones desiguales y desfavorables de vida en comparación con la población mestiza o de tez más clara.

Así que decirle a alguien indio en nuestros países resulta algo malo ahora, aunque los mismos aludidos se hayan identificado así desde hace cientos de años. Ahora hay que cuidarse de soltar frases como esa de que “cuando el tecolote canta…”, ahora diríamos, “una persona de los pueblos originarios muere”. Y no tarda mucho para que personajes de la época de oro del cine mexicano como “el indio Tizoc” y la más reciente “india María”, sean proscritos de la cultura nacional.

En el norte, en los Estados Unidos, se les nombra ahora nativos americanos a los descendientes de los pueblos que habitaban esos territorios, cuando antes se les nombraba igualmente indios, peles rojas, o apaches, en generalizaciones que denotan la falta de conocimiento de los colonizadores sobre las tribus que habitaban esas extensiones de tierra, que también eran muchas.

De nuevo, lo negativo no era cómo se les llamara, sino el desprecio con que se les trató. Y se ha caído en excesos como que, en el 2020, el equipo de NFL “pieles rojas” de Washington tuvo que cambiar su nombre por considerarse racista, luego de años de insistir en que no tenía ni nunca tuvo esa connotación.

Muchos equipos deportivos con nombres parecidos han corrido la misma suerte, aunque es evidente que tomaron esos nombres en reconocimiento a la capacidad guerrera y al valor de esos pueblos. Ahora, sin embargo, eso viene a ser racista.

Así, se les da un significado negativo a palabras que no lo tienen, incluso se les da un poder que por sí solas no poseen. Como miembro de una tribu guerrera de nativos americanos, si la guerra se declaraba, coleccionabas cabelleras de blancos, porque eran el enemigo no por llamarles blancos, Y los blancos hacían lo mismo con los que llamaban apaches, y como pagaban por cabellera iban contra todos los indios, hasta los pacíficos, no por la palabra, sino por las características físicas que odiaban.

Y eso es solo si hablamos del color de piel. Pero ahora se ha emprendido un combate con palabras que se refieren a otras características, que si bien si se usan para menospreciar son malas, también se suelen usar de otras maneras: flaco, gordo, chaparro, con sus femeninos y diminutivos. No siempre son insultantes, sino de cariño. Quienes son de regiones de México que se caracterizan por ser “malhabladas” sabrán que incluso palabras que francamente son incultos, usadas con cierta intención diferente pueden expresar afecto.

Pues bien, vamos todos en camino a que se prohíba su uso. Y más grave aún, si se considera excluyente el idioma español y nos vemos obligados a hablar no de niñas y niños, sino de “niñes” y así con el resto de las palabras semejantes porque habrá quien no se identifica con un género ni con el otro, permitiremos que el idioma sea mutilado y deformado por dar gusto a algunos, o algunes.

Tenemos también las palabras proscritas que se refieren a determinadas discapacidades físicas, que por cierto creo que ya tampoco está bien dicho, transitando a personas con capacidades diferentes o con discapacidad o sabrá Dios cual sea la moda del momento. El caso es que decir que alguien es ciego porque no ve, y que lo describe tan bien, ahora es insultante, invidente, creo que también y caemos en persona con discapacidad visual o algo semejante. Aunque los propios aludidos se reconozcan como ciegos y la palabra no les moleste.

En esta misma categoría de palabra vedadas están tuerto, sordo, cojo, manco, paralítico, y todas las que atañen a defectos mentales, aunque la propia medicina haga ciertas clasificaciones en relación con el grado de retraso en el desarrollo de las facultades mentales. Por cierto, quienes padecen enanismo ya no son enanos, sino personas pequeñas ¿y entonces qué son los niños? Y ahora supongo que alguien que padece gigantismo será una persona extra large.

Yo, que he desfilado por distintas épocas y he pertenecido a diferentes grupos humanos, discriminados y discriminadores, puedo decir que las palabras no tienen la culpa de la violencia ni del odio. Somos los seres humanos con el uso que les damos los que las volvemos en algo insultante al usarlas para expresar los peores sentimientos.

Atacar el lenguaje es atacar la historia y creer que prohibiendo palabras y negando la historia humana se cambiarán los sentimientos de odio entre las personas es una necedad hipócrita que acabará por dejarnos mudos.

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