En 1925, el Día Internacional del Niño fue proclamado por primera vez en Ginebra durante la Conferencia Mundial sobre Bienestar Infantil, y desde entonces se celebra el 1 de junio en la mayoría de los países.
En 1954, la Asamblea General de las Naciones Unidas recomendó que se instituyera en todos los países un Día Universal del Niño y sugirió a los gobiernos que celebraran dicho día en la fecha que cada uno de ellos estimara conveniente.
El día 20 de noviembre de 1959 la Asamblea aprobó la Declaración de los Derechos del Niño y la Convención sobre los Derechos del Niño en 1989. Por ese motivo esta fecha se considera el Día Universal del Niño y se celebra todos los años.
El 30 de abril se celebra en México el día del niño y de la niña, con eso de que ahora es necesario el resaltar los dos géneros, como si lo primero no fuera suficiente para saber que nos referimos a la infancia en general. Pero eso es tema para otra charla.
Como alguien que al transitar por varias existencias ha sido niño, niña, padre y madre de los unos y de las otras, me considero suficientemente calificado para hablar de la forma en que ha cambiado la situación de la población infantil.
Por principio de cuentas, considero que es algo positivo que se hayan plasmado para el mundo los derechos de la infancia. Esto es una manifestación de buenas intenciones para asegurar el respecto, el bienestar y la protección de los miembros más vulnerables de la comunidad. Eso es un inicio.
El ser humano es el más indefenso de los animales cuando nace, necesita obligadamente de alguien que lo alimente y lo cuide para sobrevivir. Cuando se es niño, uno es pequeño, y eso ya te convierte en un blanco fácil para abusos de los que son mayores, los cuales resultan ser la mayoría, con excepción de otros niños más chicos aún.
Un cambio importante si comparamos la época actual con lo que se vivía antaño tiene que ver con lo comentado anteriormente. Si pensamos en las épocas primitivas, es un verdadero milagro que los seres humanos hayamos sobrevivido como especie, pasando de la infancia a la edad adulta.
En esas épocas, si había que escapar de un depredador, desastre natural o tribus enemigas, lo primero que se dejaba atrás eran los estorbos. Si se había de sobrevivir corriendo deprisa, se procuraba viajar ligero y eso significaba no ir cargando con bebés. Es cruel, despiadado, pero definitivamente cierto. Créanme, yo estuve allí.
Imaginen ahora una cultura guerrera como la espartana, eres un crío recién nacido y tu padre te sumerge en las aguas gélidas de un río. Si sobrevives, eres un digno elemento para ser sometido a un régimen de entrenamiento-tortura, si no, bueno, de cualquier forma, no habrías servido para la guerra. Cabe señalar que no es esta la única nación antigua que realizaba este tipo de prácticas.
Niños y niñas han sido vendidos como esclavos y sirvientes hasta por sus mismos padres. Es una pena que esta aberrante costumbre sea una de las que perduran en nuestros tiempos especialmente entre personas en situación de extrema pobreza. En este sentido no hemos cambiado tanto y siguen siendo los más débiles los que resienten los resultados de la descomposición social.
Entre los abusos sufridos por la población infantil el más terrible de todos es el tráfico sexual, pues acaba con la dignidad, la inocencia y la esencia de ser niño. En la actual época se ha considerado un crimen esta práctica, pero pese a eso sigue existiendo, demostrando que cuando la humanidad se empeña en la maldad, esta es tan persistente como lo opuesto.
En mis existencias durante la edad media, la revolución industrial y los primeros años de la edad moderna experimenté directamente lo que significa el trabajo infantil, la explotación, el hambre, las enfermedades y la desnutrición.
Y a pesar de todas estas calamidades, ser niño tiene cierto encanto. Se tiene la ilusión por aquello que no se tiene, la comida, los dulces, los juguetes, zapatos, ropa bonita o al menos abrigadora, según el caso. Eso si no se es rico. Los niños ricos tienen también algunos sueños, pero no son tantos ni tan apremiantes, pues sus necesidades básicas están cubiertas.
Algo que caracterizó a los niños de antaño y que es común a algunos de hoy en día que pertenecen a los estratos bajos de la sociedad es una cierta prisa por crecer. Cuando las ilusiones se estrellan con la realidad, se presenta la urgencia por ser adultos.
Así, en algunas de mis vidas pasadas en las que fui mujer, al llegar a la adolescencia pensé que casarme y formar un hogar era una buena alternativa a la vida familiar. No era cierto, pero igual lo hice. En otras, siendo varón, la guerra se me antojaba la oportunidad de una vida de aventuras y la satisfacción de sentirme valiente y poderoso. Esto era cierto a medias, matar a otros está sobrevalorado, pero el salvar la propia vida se siente bastante bien.
Los niños de hoy son en su mayor parte bien cuidados, alimentados y educados. Al menos tienen acceso a educación pública, no siempre es muy buena, pero lo menos que aprenden es a leer, escribir y hacer cuentas, lo que ya es más de lo que se podría pedir en otros tiempos.
Reciben regalos en sus cumpleaños, navidad, reyes magos y hasta en el ya mencionado día del niño y la niña, que se ha convertido en una fecha más para el festejo, olvidándose de todo el tema de los derechos infantiles que tanto trabajo ha costado implementar en la sociedad.
Tienen acceso a la tecnología, quizás demasiado. Televisión, computadoras, videojuegos, acceso a internet. Vemos bebés usando teléfonos celulares y tabletas. ¿Quiere decir que los niños de hoy son más listos que los de antes?, quizás. Desde mi punto de vista resulta que los niños están siendo víctimas de un nuevo tipo de abuso que podríamos llamar omisión de cuidados por tecnología.
Niños que aprenden por exposición a la tecnología, ya que no tienen de dónde más hacerlo. Y por añadidura, los contenidos de los que aprenden no son necesariamente apropiados para formar seres humanos integrales. Este exceso de tecnología les arruina la infancia, transformándolos en adultos prematuros.
En conclusión, aunque los niños modernos sean más cuidados por la sociedad y las leyes, su vulnerabilidad sigue siendo una realidad. Continúan existiendo abusos de todo tipo, ya que la mera existencia de muchos niños y niñas es resultado de la irresponsabilidad de adultos que no tenían ninguna intención de traerlos al mundo, menos de ocuparse de ellos.
Los que valoramos las cualidades de esa etapa de la vida deberemos entonces continuar trabajando por preservarla y por hacerla mejor para las próximas generaciones. Espero con sinceridad que en mi siguiente vida la situación de los niños del mundo sea mejor.
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