Las recientes elecciones en México no solo revelaron una victoria aplastante del partido Morena en la elección del puesto de presidente de la república, sino también en la de diputados federales y senadores.
El resultado de una mayoría en el congreso del partido del hoy presidente y la futura presidenta, mayoría calificada si se considera a los representantes de los partidos aliados a Morena, el verde y el partido del trabajo, inclina la balanza del poder hacia un lado, permitiéndoles hacer las reformas que faciliten su proyecto político, lo que pareciera positivo ya que la mayoría lo quiso así.
Por otra parte, cuando se analiza a profundidad, este desequilibrio del poder entraña riesgos graves en el rumbo que tomará el país con un gobierno que no mire más allá que su propio interés político y no dude en ignorar y aplastar a las voces disidentes. Un gobierno, que, por desgracia, adolece de serias carencias cuando se trata de un desempeño eficiente en los temas fundamentales del desarrollo nacional.
La primera nube negra en el horizonte es la reforma judicial, la cual, con apariencia de apertura y de consulta, ya está cantado que se aprobará, convirtiendo abiertamente en asunto político la elección de jueces y magistrados, y así, en lugar de combatir la corrupción al interior de esta institución, ahora se asegura que quienes ostentan estos cargos sean afines al grupo en el poder y, no conformes con tener el poder ejecutivo y el legislativo en un puño, convierten al poder judicial en otro tentáculo del poder central.
El equilibrio formado por la división de poderes queda entonces demolido y el centralismo, que nunca se ha logrado desterrar completamente de México, recobra fuerza y parece burlarse de la utopía de la federación. La libertad, que había comenzado a garantizarse por medio de las instituciones, de nuevo queda reducida a algunos pocos bastiones.
Otra amenaza que ha quedado al descubierto es la continuidad de la estrategia de seguridad pública. La virtual presidenta ha declarado que irá por el mismo camino de su antecesor, y, aún más, ha determinado que la guardia nacional pase a depender de la Secretaría de la Defensa, militarizando aún más el control de dicha estrategia.
Esto no tendría nada de malo, si funcionara, pero no es así. Penosamente, hay más muertos y desaparecidos que nunca antes, por más que se busque maquillar las cifras y justificarse en el pésimo actuar de los gobiernos neoliberales anteriores.
Es verdad que la violencia viene desde hace tiempo, que existieron vínculos con la delincuencia, que el problema se dejó crecer, pero igualmente es cierto que lo que ha hecho este gobierno no ha funcionado y que siguen empeñados en seguir por el mismo rumbo, cerrando los ojos ante lo que pasa todos los días.
Esta negación ante la realidad, ese desestimar las críticas, aunque sean fundamentadas, solo porque se tiene el poder, impide que se pueda mejorar, pues no hay una aceptación de que lo que se hace desde el gobierno no es perfecto.
Si hablamos de educación y ciencia, el partido en el poder parece creer que, tan solo por el hecho de que la nueva presidenta tiene un doctorado, eso asegura que México mejorará en estos rubros. Sin embargo, nada se habla de reformar el sistema educativo partiendo de un cambio de programa para fortalecer los contenidos matemáticos y científicos que fueron desestimados en la actual administración.
Desde los libros de texto gratuitos poco estructurados y muy politizado, hasta organizaciones de maestros que hacen más huelgas y manifestaciones que dar clases, el sistema educativo público parece diseñado para perpetuar la ignorancia y la fácil manipulación de la gente.
Si hablamos de la ciencia, se anunció con bombo y platillos la creación de una Secretaría encargada de estos asuntos que viene a reemplazar al CONACYT (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología). Quien no sea capaz de ver que una secretaría depende directamente del ejecutivo y por tanto es completamente dependiente, influenciable e incapaz de actuar de forma autónoma, no puede apreciar el gran peligro de estancamiento científico y cultural en el que está el país, ya de por sí pobre en estas materias.
Si hablamos de salud pública, la mala administración de los institutos de seguridad social a cambio de una supuesta inclusión de toda la población, amenaza con un detrimento aún mayor en la calidad de los servicios y el acceso a medicamentos, pues el régimen ni reconoce ni actúa en consecuencia.
Económicamente, el dedicar los recursos públicos a obras de relumbrón más que al fortalecimiento a la infraestructura y la atracción de inversiones para el crecimiento está llevando a desperdiciar oportunidades como el nearshoring.
Podríamos seguir enumerando las serias amenazas en distintos rubros, como el tema migratorio, que se ha conducido peor que nunca antes, pero sería un tema demasiado largo para este pequeño artículo.
Lo único que queda es esperar que los últimos reductos de oposición se mantengan firmes y no terminen vendiendo su voz a cambio del interés político, como ya lo hicieron otros muchos; que la población termine por abrir los ojos y miren más allá de un programa social; que los pocos representantes de la prensa libre no se dobleguen ante los ataques de quienes ya perdieron la facultad de pensar por sí mismos.
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