Hace tiempo que el término “revictimizar”, tan en boga y usado con tanta liberalidad en los medios de comunicación, me tiene cavilando sobre su uso y acerca de lo que significa con exactitud, es por eso por lo que decidí convertirlo en tema de esta publicación.
He de señalar que mi estimado amigo Sam me advirtió que hablar de este tema podría ser polémico y molestar a algunas personas. Luego de decirlo dijo que como editor es su deber advertirme de esas cosas, pero que dado nuestro trato de no censura y nuestra amistad, tenía libertad de hablar de lo que me venga en gana. Así que aquí estamos.
Revictimizar es un término que surgió para referirse a esas ocasiones en las que a una víctima se le hace revivir lo sufrido, haciéndola volver a pasar por la terrible experiencia sufrida, exponiéndola de nueva cuenta a los hechos que la convirtieron en víctima en primer lugar, obligándola a hablar de ello, a enfrentar a su victimario o escuchar repetidamente acerca de todo el asunto.
Así, encontramos que el sistema judicial resultaría el revictimizador por excelencia, ya que obliga a que la víctima realice declaraciones, se someta a interrogatorios, realice reconocimiento del presunto culpable, y se someta a diferentes pruebas dependiendo el tipo de delito del que haya sido víctima.
En segundo lugar, encontraríamos a los medios de comunicación, ya que exprimen una nota hasta que ya no haya nada que sacarle o bien hasta que otra distinta caiga entre sus manos. Desde mi punto de vista, la lástima falsa y condescendiente que se exhibe en estos medios resulta más revictimizante que lo que hacen aquellos a quienes acusan de hacer eso precisamente.
Una incongruencia primordial es decir que se revictimiza a alguien que ya está muerto, o muerta, dado que un buen número de estas víctimas son mujeres. Tratándose de alguien que ya no está en este mundo, sin importar lo que se hable del asunto, ya no es posible revictimizar, puesto que a la víctima ya todo le tiene sin cuidado.
En cuanto a las familias de las víctimas, de quienes se dice a menudo que sufren la “revictimización”, seguro que merecen el mayor de los respetos, pero eso no les hace ser protagonistas del hecho criminal. Si bien hay muchos que se esfuerzan realmente en serlo.
Así, algunos pugnan por aparecer en medios de comunicación y tener sus quince minutos de fama. Hasta negocian por llevar sus historias a la pantalla chica o grande, lo que les dé un mayor beneficio, con el pretexto de que buscan justicia. En estos casos podríamos decir que se “victimizan” y “revictimizan” por sí mismos.
Y aquí viene lo más polémico del asunto y por lo que mi querido Sam me advirtió que me estaba metiendo en camisa de once varas. Porque, ¡ay de aquél que ose hablar con la verdad!, sobre todo una que no sea del todo favorable para la imagen de la víctima o de su familia.
Se olvida que las víctimas son seres humanos y como tales cometen errores, mismos que no les hacen merecedores o merecedoras de sufrir las desgracias que les ocurren. Hay a quienes le pasan cosas horribles sin haber cometido error alguno. Pero, por otra parte, quienes sí los cometen, se ponen en un riesgo significativamente mayor de convertirse en víctimas.
Ejemplos de esto son: elegir parejas o amistades en entornos de vicio y depravación y después esperar que se comporten con la virtud de una hermana de la caridad; ingerir alcohol u otras drogas en cantidades industriales y salir a la calle bajo el influjo de los mismos; pasarse las noches y madrugadas en antros de mala muerte con las peores compañías y sin avisar a alguien cercano acerca de su paradero, y un largo etcétera.
En un mundo ideal, todos y todas podrían, como decía mi abuela, hacer de su vida un papalote y nada malo les ocurriría. Pero este, queridos amigos y amigas, no es un mundo ideal. Los peligros existen., son reales y acechan a cada instante para abalanzarse en especial encima de cualquier descuidado e inconsciente.
Y las familias, bueno, antes de hablar de sentirse revictimizadas cuando se cuestiona el cuidado y atención que prestaban a la víctima, tal vez habrían de preguntarse qué de cierto hay en el hecho de que si se tuviera una estructura familiar más fuerte y preocupada de sus integrantes habría sido menos probable que ocurriera lo que ocurrió.
Por supuesto, se puede culpar al gobierno y decir que no existe seguridad ya que no le ponen un policía personal a cada ciudadano para que le cuide y le evite cometer errores como los ya mencionados. Pero seamos sinceros, eso no va a pasar.
Del gobierno podemos exigir mejores servicios, como escuelas, hospitales, medios de comunicación, de transporte y claro, también policía. Todo lo cual lleve a un mejor ambiente de prevención y se disminuya el número de víctimas. Pero la maldad existe en los seres humanos y ni en las naciones con los cuerpos de policía más preparados se puede proteger a todos.
Por último, quiero hablar de cuando se acusa de revictimizar a personas que ni siquiera son víctimas. Hace poco, por ejemplo, desapareció una joven de un paradero de autobuses a donde fue con su madre. Pese a que había videos donde se le vio salir por propio pie, sin gritar ni resistirse en un lugar lleno de gente, se hizo un escándalo diciendo que se trataba de una víctima.
LA joven apareció a salvo, lo cual es algo muy bueno, pero los rumores siguieron. Supuestamente habló de ser secuestrada junto con otras mujeres. Nadie duda de que existe la trata de personas y los grupos criminales que se dedican a ella, pero francamente la historia sonaba tan falsa como resultó serlo.
En redes sociales, por otra parte, e incluso con pruebas de cámaras de seguridad, testigos, y el trazado del recorrido de la presunta víctima, completamente tranquila y trasladándose por sus propios medios, algunos siguieron insistiendo en que sí fue secuestrada y que todo era un complot del gobierno. Para mí eso es una auténtica revictimización, o para el caso victimización, dado que nunca fue víctima.
Para cerrar el tema, por más de moda que se encuentre el término, debería ponérsele límites. Límites basados en la verdad y el sentido común.
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