En el tiempo de la vida de un ser humano, llega a conocer de por lo menos un conflicto armado. Si tiene mucha suerte, la violencia y la muerte de dicho conflicto se desarrollarán lo suficientemente lejos como para que solo le lleguen los ecos de la batalla. Por desgracia, muchos no tienen tanta suerte.
Al vivir varias vidas, y, sobre todo, al poder recordarlas, puedo atestiguar de primera mano las desgracias que la guerra acarrea. Las víctimas preferidas de esta calamidad son los pobres, los débiles, los ignorantes y los fácilmente manipulables y convertidos en fanáticos.
Aunque resulta vergonzoso el reconocerlo, en varias de mis existencias pasadas formé parte de alguna de las categorías ya mencionadas. Como pobre, uno resulta particularmente vulnerable cuando llega la guerra.
Puedes morir de hambre cuando los ejércitos de tal o cual ejército arrasan con los pocos recursos de supervivencia, o puedes morir asesinado por los salvajes militantes de esas huestes. O bien, en un patético intento por sobrevivir, terminas uniéndote a ellos y entonces tu suerte será la de caer muerto en batalla o ser desechado como un asno viejo cuando ya no puedes luchar. Sé que no preguntaron, pero de cualquier forma diré que experimenté todas estas situaciones y ninguna es agradable.
Hablé también de los débiles. Es cierto que a menudo se reúnen las dos condiciones, ser pobre y débil, pero no siempre. Se puede ser un tipo de dos metros con la salud y constitución de un oso grizzli y no tener en qué caerse muerto. Por eso decidí separar los dos atributos.
Decidí hablar de débiles como aquellos que por naturaleza carecen de la fuerza física suficiente para enfrentarse o escapar de la violencia. Por lo general mujeres, niños, ancianos, enfermos y personas con una discapacidad física o mental.
No pretendo discriminar a nadie, es solo que es un hecho que si eres mujer en un territorio en guerra es muy probable que termines convirtiéndote en una víctima de violencia de diferentes clases, física, psicológica y por supuesto, sexual. Como niño, aparte de todo lo ya mencionado corres altísimo riesgo de quedarte solo, y las heridas producto de la pérdida de los seres queridos no sanan fácilmente.
En cuanto a los ancianos, los enfermos o discapacitados…cuando hay guerra estas personas se consideran prescindibles hasta para los de su mismo bando. En el egoísmo humano alimentado por el instinto de supervivencia resulta por completo natural invertir los recursos limitados en aquellos individuos que se consideran útiles para el interés social.
La última clase de víctimas, compuesta por personas ignorantes y manipulables, está integrada por seres la mayoría de las veces ingenuos y crédulos, a los cuales uno o varios líderes carismáticos les hacen creer que luchan por un bien mayor, llámese éste patria, dios, supremacía de la raza o cualquier otra idea que, vista desde lejos y con objetividad, resultan en verdad estúpidas.
No importa la época, siempre ha sido así y creo con sinceridad que así será hasta la extinción de la especie humana. En toda guerra hay víctimas y victimarios. Las armas cambian, las supuestas causas también, el número de participantes es muy variable, pero el sufrimiento es el mismo. En las actuales guerras de Ucrania y Rusia, así como la de Israel y Palestina, la historia no hace más que repetirse.
Porque, aunque no nos guste, el uso de la violencia para imponer nuestros puntos de vista a otros y para agenciarnos de lo que creemos que nos pertenece forma parte de nuestra naturaleza. Se encuentra arraigado profundamente en lo que somos, y hemos evolucionado a través de guerras sucesivas.
Sí, la guerra es detestable, cruel. y nos gusta decir que inhumana al atacar los principios de respeto a la vida, la libertad y la dignidad de otros. Pero si algo no es la guerra es ser inhumana. Por el contrario, es profundamente humana.
La humanidad necesita de vez en cuando de entrar en combate, de exteriorizar la violencia que en tiempos de paz mantiene bajo control disfrazada bajo una máscara de civilidad. Algunos dicen que las guerras son necesarias para el control poblacional, no estoy tan seguro de ello, pero podría ser.
De lo que sí estoy convencido es que las guerras, pese a su fealdad, nos han permitido desarrollarnos como especie de un modo que no sería posible en un estado de permanente paz y conformidad. Muchos de los grandes inventos de la humanidad tuvieron su auge por el uso militar de ellos, y no hablo de armas exclusivamente, sino de medios de transporte, comunicación, descubrimientos médicos y sistemas de organización entre otros.
Y encima de todo, y se los dice alguien que puede comparar en un período mucho muy largo de tiempo, por medio de la guerra se han logrado revolucionar las ideas y extender el conocimiento y las nuevas formas de pensar más ágilmente que durante los tiempos de paz.
Hay algo más que está escrito tan claramente en nuestra historia que no se puede simplemente mirar a otro lado, y es que la guerra es necesaria para combatir aquello que es inequitativo y realizar la defensa de lo que se considera valioso, para, luego de la lucha, lograr tener una paz relativamente perdurable.
¿Cómo sería nuestra realidad si no se hubiera guerreado para abolir barbaridades como la esclavitud, lograr la independencia de las naciones y detener abominaciones como la Alemania nazi?, se dice que la violencia no se combate con violencia, pero no es cierto.
Hay veces en las que el uso de la violencia está por completo justificado y el sufrimiento de los inocentes representa el precio a pagar para la construcción de una realidad mejor. Por supuesto, es un proceso doloroso y que toma tiempo, frecuentemente más tiempo del que dura una vida.
Como dice la frase heredada de los tiempos de los antiguos romanos, Si vis pacem, para bellum, que significa “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”.
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