Al final del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, los problemas que estaban allí, mantenidos bajo la superficie por lo que pareciera ser un entramado de pactos y negociaciones entre el gobierno y grupos del crimen organizado, han terminado por hacer explosión.
La detención del Mayo Zambada por los Estados Unidos, sin conocimiento ni intervención de las autoridades mexicanas y en la que tuvieron que ver los hijos del Chapo Guzmán, fue la gota que derramó el vaso para que se desatara una ola de violencia en el estado mexicano de Sinaloa.
De fondo resuena todavía el asesinato de Héctor Melesio Cuén Ojeda, ex rector de la universidad de Sinaloa y en palabras del propio Zambada, amigo suyo y quien al parecer fue víctima de la misma trampa en la que capturaron al Mayo para entregarlo a las autoridades estadounidenses.
En este complejo asunto surgen especulaciones de complicidad del gobierno de Sinaloa, con lo que al aumentar las ejecuciones y narco mensajes de amenaza, el gobernador Rocha Moya suspendió los festejos del 16 de septiembre por el temor imperante de más hechos de violencia.
Y existen razones para temer. Las carreteras cerradas, los muertos y desaparecidos han seguido todos estos días ensombreciendo la vida de los habitantes de Culiacán y las ciudades vecinas, haciendo que los negocios y las escuelas cierren y el vivir con miedo sea cosa de todos los días.
Mientras tanto, las autoridades minimizan la violencia, tanto el presidente de la República como el gobernador, y la ineficiencia llega a tanto que un general declaró que de ellos no dependía el que se termine la violencia, sino de los grupos criminales.
Esto último solo habla de un gobierno irresponsable que no asume que el pueblo los ha puesto a cargo de la seguridad y que para lograrlo se necesita dejar de poner excusas y realizar trabajo estratégico para proteger a la población civil.
Por desgracia, ha pasado ya el sexenio y el gobierno solo se ha contentado con culpar a los gobiernos anteriores de la inseguridad reinante en el país y de los casos de violencia extrema como el que ahora se vive en Culiacán. Aún peor, todo parece indicar que el gobierno que inicia va por la misma ruta, sin planeación de ningún tipo para pacificar al país.
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